Y, sin embargo, quien se detenga un segundo más a contemplar esa apariencia de nada -todos los sentidos durmientes, en una hibernación expectante y atípica, al acecho aunque se simulen en el sopor de los sesteantes- encontrará la pista de un bisbiseo constante y feroz: es el ruido de bloques monumentales, graníticos, que se desplazan con una inusual liviandad, buscando acomodarse en una combinación nueva, original, tal vez mágica, quizás errónea, será imposible comprobarlo hasta que todos hayan hecho sus volúmenes a esta convivencia novedosa y enloquecida. Se trata de un momento de una trascendencia esencial, definitiva para la suerte del viaje apenas comenzado, una orfebrería del detalle que se arma en la acumulación de sutilezas y paciencia, en un trabajo sordo, lento, aunque radicalmente veloz; en esa arquitectura del silencio que sólo son capaces de percibir quienes se detienen a mirar, y ven...
V
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