jueves, 23 de octubre de 2014

Lo normal en un otoño anormal

Es otoño y hace calor. Se trata de un temperatura impropia para esta época, remachan constantemente los informativos, no sabría decir sin con el aburrimiento de lo obvio o la desgana de quien se ve en la obligación de informar sobre las vicisitudes del clima. Es la estación de las luces doradas y los primeros fríos, pero algo de anormalidad trata de convertirla en una continuación del verano, qué cosas, como si el tiempo atmosférico estuviera jugando a parecerse a nuestras conciencias, de ordinario más cómodas en el camino que va de la hamaca al chiringuito que entre los rigores de un viento arisco, desabrido, compuesto de esquinas y sombras. La meteorología no es normal, nuestros entornos andan alterados y las vidas privadas, sin embargo, intentan mantenerse en los rieles de su normalidad, sujetas a la normalidad de sus costumbres, perfectamente encarriladas en los raíles de cierta normalidad consuetudinaria. Todo tan normal, ¿tan normal?



Lo primero, ya puestos, sería definir la normalidad. ¿Qué es normal? Yo soy normal, nos repetimos, mi vida es normal, afirmamos, mi comportamiento ha sido normal, esgrimimos; estaba tan normal, apunta alguien, lo que le ha sucedido es lo normal, completa otro, no sé por qué no puede actuar de una forma normal, remata el último. La normalidad de lo normal, ese juego alambicado y un tanto desconcertante por el que una palabra se va recubriendo de capas semánticas hasta convertirse en una muletilla que sirve para todo; o para nada, según se mire. Así, ser normal es bueno, pero también puede ser malo; nadie pierde los estribos ni cambia su vida ni desarma cuanto es, ni tan siquiera hace un esfuerzo suplementario, por lo normal, esto lo tenemos claro, ¿no? Y pensamos que es normal.

Es otoño, me digo, y no deberías estar discutiendo la flexibilidad del lenguaje; a fin de cuentas, tú tratas de sobrevivir forzando sus límites, siendo ingenioso en sus combinaciones, intentando emplear su riqueza para engarzar historias, haciendo malabarismos verbales; una cosa normal entre quienes escribimos. Y no, me respondo, no se me ocurriría poner en duda esa riqueza ancestral y gratuita que la capacidad de abstracción del humano puso al alcance de nuestros intelectos astutos. No, esto iba de ser normal, de comportarse normal, de conseguir que los demás te vean como alguien normal, de encauzar tu vida entre las líneas maestras de la normalidad si no quieres que te miren como a un bicho raro, extraño, anormal. Y de que a mí me gusta ser normal, en el caso improbable de que consiguiera saber en qué consiste eso.

V

No hay comentarios: