miércoles, 6 de febrero de 2013

Tarantino, Django y el orgullo

Anoche disfruté en la cálida, acogedora, oscuridad de la sala de un cine de Django desencadenado, la última película de Quentin Tarantino. Una vez más, uno de los directores que mejores horas me ha hecho pasar en los últimos 15 años, dejándome boquiabierto con genialidades como Reservoir Dogs, Pulp Fiction o Kill Bill, me sorprendió. La cinta, aupada por las interpretaciones inmensas de Jamie Foxx, Christoph Waltz y Leo di Caprio, vuelve a ser una magistral combinación de géneros cinematográficos, donde se demuestra el formidable manejo que Tarantino posee de todos los recursos al servicio de la narración audiovisual, desde la banda sonora (otra vez genial) hasta los latigazos humorísticos (él mismo como un personaje a quien soluciona de forma sorprendente), pasando, inexcusablemente, por el guión que soporta la historia principal.

Sin ánimo de spoilearos la peli, diré que ese Django sobre quien se edifica la trama es un personaje grande, construido por Jaime Foxx con una interpretación acreedora de premios y reconocimientos, y que ahonda en una característica no tan fácil de ver en estos días: el orgullo. Esclavo en lucha "desencadenada", hay en su ética un canto hacia esa virtud, basada en el respeto hacia uno mismo, en la fe sobre lo que se hace, en una inquebrantable determinación por la justicia. Cuando salí del cine, tarde, mientras caminaba por calles casi desiertas, pensaba que en esta última entrega tarantiniana, el director nos ha encriptado un mensaje muy apropiado a estos tiempos sórdidos, oscuros, de degeneración moral y renuncia personal: orgullo; todo nos iría mejor si fuéramos capaces de recuperar el orgullo.



V

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