jueves, 30 de octubre de 2014

Una vida en random

1. Me despierta la radio, siempre lo hace; ha sido una noche agitada, casi todas lo son, llena de sueños muy intensos, ciertamente reales, con sobresaltos que me hicieron regresar sudoroso. El agua de la ducha, hirviendo, parece llevárselo todo, no obstante, dejando la piel lista para estrenarse en el horizonte de un día nuevo.

2. Mientras desayuno pongo en orden las tareas pendientes; parece que será una jornada llena de actividad, pienso mientras decido el menú, es preciso alimentarse bien si se pretende resistir al nivel requerido: pan, fruta, algo dulce, café, los ingredientes van deslizándose por el aparato digestivo con paso inapelable.

3. Tal vez, en su camino hacia el estómago, todos esos nutrientes adviertan disfunciones en mí; adiestrados para precipitarse a gran velocidad por un organismo estándar, descubrirán las peculiaridades que conforman mi carácter, ese PH levemente ácido de mis fluidos o la alambicada sucesión de mis curvas, sus ángulos muertos.

4. Curvas. Necesito viajar cuanto antes, mejor hoy que mañana, y desde luego no debo dejar que el año termine sin haber hecho la maleta. No importa a dónde ni por cuánto tiempo, el viaje es en sí mismo el motivo mismo de viajar. Recuerdo la Itaca de Kavafis: 'Cuando emprendas tu viaje a Itaca / pide que el camino sea largo / lleno de aventuras, lleno de experiencias'.



5. El viaje, en mí, está muy relacionado con la música. Nunca emprendo la marcha sin cargar con mi reproductor y su arcón sin fondo de melodías. A veces dejo al random elegir nuestra banda sonora, en otras ocasiones, repito en bucle una y otra vez las mismas canciones, mis grupos o autores preferidos, las letras en cuya reiteración pareciera estar buscando claves más íntimas.

6. La música es para el movimiento igual que la literatura halla su espacio en la quietud; en todo viaje me acompaña algún libro, generalmente varios. Puedo prescindir de ropas y zapatos para hacerles hueco en mi equipaje; no me molesta su peso, al contrario, en su corporeidad hay un mensaje de pertenencia, ellos son parte de esa materia que está en mi origen profundo; algo nos emparenta más allá del puro intelecto.

7. La capacidad intelectual, el pensamiento, esa Atlántida de seres racionales a la que nos aferramos para tratar de ser diferentes del resto de los animales, mejores que ellos, más distinguidos o menos arbitrarios. La inteligencia como el valor supremo de nuestra vida; su ausencia, o el desprecio hacia sus manifestaciones más evidentes, como una muestra grosera de cuánto podemos traicionar las mejores esencias del ser humano.

8. No deja de ser fascinante la complejidad del hombre, su constitución a base de capas muy diversas que se superponen hasta dar un engañoso acabado final, la condición humana. Intuyo que será la combinación de esos distintos estratos lo que determine los rasgos del carácter, aunque también sospecho que hay en la fetidez de los elementos más sórdidos un innegable factor de atracción para muchos; tal vez les narcotice ese aroma dulzón y acre de la podredumbre,

9. Todo se pudre, nuestro cuerpo lo hace tras la muerte, como también las vigas de nuestras viviendas e, incluso, los cimientos de la sociedad en la que, sin remedio, estamos incardinados. Nada escapa a la descomposición, pero a veces jugamos a embobarnos con la ficción de la supervivencia, ignorando el ruido de demoliciones de nuestro entorno, olvidándonos de quienes se disolvieron ante nuestra mirada, tratando de seguir la marcha, como si nada, con una bicicleta sin radios.

10. La radio otra vez; una mañana más su juego de voces conocidas, la familiaridad de sus acentos y entonaciones, esa cierta seguridad que emana de su rutina en el despertar tras cada madrugada. La radio y después la ducha, y más tarde el desayuno, y organizar el día, y dar vueltas, sin entender muy bien por qué, a esa sensación de que todo en nuestra vida tiende a la repetición, a un random particular compuesto de idénticos elementos.

V

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