viernes, 28 de noviembre de 2014

La felicidad de las librerías

Es difícil delimitar las coordenadas de donde uno es feliz, probablemente porque ese sentimiento, el la de la felicidad, tiene tantos condicionantes de subjetividad que es prácticamente imposible referirlo a un único espacio geográfico. El mismo lugar donde pareces desbordado por la dicha -el escenario común con la pareja, por ejemplo- se puede transformar poco después en la mazmorra donde se pena por la pérdida -o aun peor, por la agonía- de esa ilusión efímera y relativa. Se es feliz por intermediación de las cosas normales, y tremendamente infeliz por culpa de ellas, como si el veneno y su antídoto, una vez más, estuvieran compuestos por dosis diferentes de un mismo tóxico.

Todos nos hemos sentido pletóricos hasta identificar nuestro sentimiento con la felicidad; lo hicimos por los amores -ya se ha dicho-, las buenas noticias familiares, e incluso por el logro de objetivos personales y profesionales de la más diversa índole. Yo fui feliz publicando mis libros, y conozco a quien jamás ha experimentado una plenitud igual a la de cruzar la línea de meta en una maratón, estrenar una película o situar una de sus creaciones en el cruce de todos los caminos. Seres complejos, los humanos, que ni siquiera en el bienestar somos capaces de atenernos a una norma inmutable, fija, de límites precisos con carácter universal. Eso sí, cada quien tiene muchas pistas sobre los lugares de su felicidad; en mi caso, se encuentra en ciertas ciudades imponentes, dentro de la oscuridad de las salas de cine, en el silencio de los museos, inmersa en la vibrante quietud de mi mesa de trabajo y, por ir abreviando un listado que todavía esconde ramificaciones, dentro de las librerías.



Hoy es el día de las librerías y yo quiero rendir un homenaje a uno de los lugares donde más indefectiblemente soy feliz. En las librerías me siento protegido por el saber, cobijado por la magia de la literatura, acunado, enfebrecido, espoleado por las palabras; deslumbrado, agradecido, apelado en lo más íntimo por todos esas obras pacientes y calladas. Las librerías son lugares pacíficos, en donde los libros -pese al fragor interno de sus historias- aguardan desde el sosiego, calmados y sigilosos, a que llegue su momento, al instante en el cual decidimos introducirlos en nuestras vidas. Muchas de las mejores cosas de mi existencia han sucedido en torno a la literatura, disfrutando de ella, escribiéndola, encontrando en sus páginas explicaciones capaces de ordenar el caos del mundo. Y buena parte de los títulos sin los que es imposible comprender quien soy llegaron hasta mí gracias a las librerías, a las muchas que han pasado por mi recorrido; a todas las que todavía he de incorporar a él. Por eso, esta jornada supone para mí el momento idóneo para dar las gracias a esos enclaves -y también a sus libreros- por tantos ratos de magia y felicidad.

V

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