jueves, 15 de mayo de 2014

Surfear un maremoto

Quizás alguno de vosotros sepa surfear. Yo no, soy de tierra adentro, y mi riquísima experiencia con el agua apenas da con el perfil básico de bañista y tripulante náutico; las florituras atléticas, que tanta envidia me provocan, son para quienes cuentan con más pericia y entrenamiento. Sin embargo, cuando hace dos noches cerré La parte inventada de Rodrigo Fresán, tuve la sensación de haber depositado mis pies en la arena cálida, cosquilleante y amable, después de haber surfeado, no una ola, y ni tan siquiera esa monumental llegada desde la izquierda de Mundaka, sino de haberme mantenido en pie sobre un auténtico maremoto literario. Eso sí, me cuentan mis amigos los que son hábiles para asegurar el equilibrio sobre una tabla que nadie sale del mar sin mojarse, tampoco sucede eso con un libro de este autor.





La crítica lleva años tratando de encasillar a Fresán, y él, tozudo, juguetón, lleno de razones estilísticas, se ha pasado todo ese tiempo jugando al despiste con quienes pretendían su definición. Dicen de él que es el heredero de Borges, tal vez el nuevo Bolaño... ¡Vaya padrinos! Y, siendo cierto que en sus letras se regocijan muchas de las tendencias más clásicas o recientes de la tradición hispanoamericana, parece que Fresán va camino de acuñar su propia etiqueta; aunque sólo sea por joder a quienes no entienden a un tipo tan peculiar y multidisciplinar como para andar haciendo crítica de autores medio desconocidos en los días pares, e interpretando al cuñado de Hache en una peli de Aristaráin en los alternativos. Desde mi perspectiva, el argentino no se preocupa lo más mínimo de estos esfuerzos y sigue a lo suyo, escribir novelas que desbordan los términos clásicos y van más allá, que alcanzan la definición de río, y la superan, que se convierten en maremotos a duras penas posibles de surfear. Mantra, La velocidad de las cosas, Jardines de Kensington o El fondo del cielo son algunos ejemplos de esto. Especialmente la última, escrita a contracorriente de las identificaciones del autor y con un comienzo imposible de olvidar:

Te encuentres donde te encuentres, cerca o lejos, si puedes leer esto que ahora escribo, por favor, recuerda, recuérdame, recuérdanos así.

Lo último, ya digo, es una novela descomunal, irrespetuosa en su abundancia con los remilgos de las editoriales y los lectores vagos, que alude directamente a quienes estamos perdiendo los hábitos de la cultura en la sociedad hipnótica, hiperinformada, epidérmica, de la tecnología invasiva y absorbente. Es un viaje tumultuoso, con áreas situadas al otro lado del creador, jugando con los conceptos de la parte inventada de la ficción, y ese otro espacio real -e infeliz- de las existencias cotidianas. Una obra que moja, a todos, sin excepción ni consideraciones, tanto si uno es un lector, como si muestra su tendencia al área blanca, obsesiva, retadora, exhaustiva y extenuante de la escritura.

Para mí un escritor es alguien que vuela hasta las profundidades del universo, compite por algo, lo gana, y regresa con ello para iluminar un poco, apenas, la oscuridad. Pero sin que haga falta salir de casa.

V

PS: Recientemente, en Culturamas publicaron una entrevista a propósito de Duelos, aquí el enlace.

No hay comentarios: