lunes, 6 de octubre de 2014

La alegría de un libro vivo

Duelos cumplirá un año en el mercado el mes próximo; a finales de noviembre de 2013, en Madrid, presentamos ese volumen de relatos sin el que nada de todo lo demás habría sucedido. Desde entonces hasta aquí, el libro ha peleado cada lector y centímetro de exposición en las librerías con la furiosa convicción de quienes han de luchar hasta la extenuación por hacerse con el lugar que les corresponde. En este tiempo ha pasado por altibajos, teniéndose por perdido u olvidado en algunos momentos, y paladeando el voluptuoso sabor del reconocimiento en otros; como traía impreso en su código genético, nunca se perdió la fe, jamás abandonó el combate y ni en un solo momento se dejó ir tras nuevas convicciones, igual con las del éxito que con las del fracaso.



Así es la vida de un libro y poco puede hacerse contra una fuerza de tanta consistencia: el mercado, sus novedades, la irrupción de vigorosos talentos, y la propia dinámica de los lectores ansiosos de nuevas historias terminan por llevarse un título lejos de la atención de todos; incluso a los autores más afamados les ocurre este injusto apartamiento. Por eso, un escritor valora tanto más una crítica de su obra cuanto más lejana se encuentre del punto de su lanzamiento; no porque tenga un valor superior y ni tan siquiera como una recompensa para su ego de creador en ese momento desatendido, sino porque significa que el libro sigue vivo, llegando a nuevos lectores, seduciéndoles con sus historias y consiguiendo convencerles de sus virtudes.

El otoño me suele esconder tesoros entre la hojarasca, calideces capaces de alejarme de los fríos ariscos de la meteorología o la vida -en ocasiones de ambas, a veces con pertinacia un tanto psicópata-. Hoy ha sucedido de ese modo con esta reseña de Libros y Literatura, de cuyas palabras se desprende una valiente, positiva y muy generosa lectura de Duelos, ¿la compartís?

V

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