sábado, 19 de mayo de 2012

El origen de las once menos cuarto

Muchos habéis preguntado a lo largo de las primeras semanas de vida pública de "Devuélveme a las once menos cuarto" por qué las once menos cuarto. Algunos trataron de relacionarlo con mi vida, buscaban si había en esa hora la reminiscencia de un momento inolvidable de mi trayectoria personal; y no, no es así. Las once menos cuarto, esa hora, fue un hallazgo creativo, uno de esos azares que se dan a lo largo del proceso de escritura de una novela y que, encontrado en el momento justo, pasa a convertirse en una de las piezas esenciales de la construcción final.

Yo trabajaba en la tercera parte de la obra, peleaba por documentar a Edna y hacerla verosímil, revisaba los dos tramos anteriores del texto y volcaba mis esfuerzos en perfilar definitivamente a Martín y Bruno, en darles el realismo imprescindible para que a vosotros pudieran resultaros ciertos. Iba acumulando mis materiales narrativos para ir componiendo el cuerpo del libro, pero necesitaba algunas cosas que todavía no estaban en mi poder: el título provisional no me convencía, faltaban simbolismos que dieran unidad al texto y relevancia a sus elementos determinantes, buscaba los ajustes de la prosa para vaciarla de elementos superfluos y convertirla en fluida y magnética... y entonces apareció las once menos cuarto.

Una noche, alguien me llamó la atención sobre un hecho inadvertido para mí: el reloj de la cocina de mi casa estaba detenido a las once menos cuarto, siempre lo estaba, no era la primera vez que lo veía. Yo, ojo acostumbrado al espacio que lo invisibiliza por familiar, no había reparado en ello; no sólo en la hora, ni tan siquiera era consciente de que estaba parado. Entonces comenté que un día escribiría un relato sobre algo o alguien para quien siempre eran las once menos cuarto, tal vez como una metáfora de lo que nunca cambia, de ese inmovilismo repleto de seguridades, aniquilador de toda novedad... Pero se me fue de las manos, esa hora, en la que reconocía una increíble potencia poética, se metió dentro de mí, encontró su hueco en mi proceso creativo y terminó por erigirse en uno de los pilares esenciales de la novela. Unas pocas jornadas más tarde, las once menos cuarto no sólo estaba integrada en el texto, sino que incluso había pasado a apropiarse del título de la obra, determinándola para siempre.

Como entonces, y ya para siempre, el reloj, exactamente éste, continúa parado en las once menos cuarto.




V

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