Escribir una novela es un ejercicio de fe, un empeño firmemente asentado en la voluntad del autor y apuntalado con algunas otras características imprescindibles: el trabajo, el compromiso, y esa cierta locura de quien cree en algo que nunca ha visto; que tal vez no tendrá ante sus ojos jamás. Todo intento literario participa de algún modo de estas premisas, aunque es en la novela donde adquieren su dimensión titánica, el grado de concentración por culpa del cual se convierten en pesadas cargas con las que el escritor tratará de hacer malabarismos. Un juego divertido y extenuante; a ratos de una pasmosa ligereza, en otros tan desalentador como esas largas series de pesas de los culturistas.
Escribir una novela es todo ello, y sin embargo, no es en eso (o no lo ha sido para mí) donde descansa su mayor complicación. Lo más inquietante es embarcarse en un viaje muy largo (de dos años y medio de escritura y doce de gestación en el caso de "Devuélveme a las once menos cuarto") sin saber a ciencia cierta si se navega en la dirección adecuada; es vivir en la piel de los personajes, permitirles ocupar tu mente y hacerse dueños de ella sin tener claro si, en esa densa, pegajosa, oscuridad, se camina hacia el destino pretendido. Empezar una novela es un momento mágico, una suerte de acceso a la divinidad creadora, un subidón de adrenalina que conduce, con una rapidez pasmosa, a un terreno pantanoso de dudas e incertidumbres. Concluir el primer capítulo de una historia es incluso sencillo; lo difícil viene después, cuando se ha de armar el resto del conjunto, acumulando jornadas de intenso trabajo sordo, solitario, críptico y de incierto desenlace. Quizás los más avezados, incluso, sepan hacia dónde se dirigen; desconocerán, no obstante, si ese destino -y su ruta de acceso- cumplen con su misión primera.
Porque escribimos para contar una historia; y no para contárnosla a nosotros -para eso serviría una ensoñación de insomne-, sino para contársela a otros, los lectores, una masa impenetrable, sin rostro, cuando estás sentado frente al monitor de tu portátil. Así, durante todo el tiempo de la escritura se trabaja a ciegas, intentando componer una historia verosímil, con personajes a quienes el lector pueda entender como reales y tramas por las que sienta interés... y resulta que la constatación de eso, salvando la excepción de los primeros lectores a quienes utilizamos para hacer un "test" privado de la obra, sólo sucede al final de todo el proceso, cuando el libro es una realidad física, inapelable... y también imposible de cambiar.
"Devuélveme a las once menos cuarto" ya está en esa fase; los primeros lectores han empezado a hacernos llegar sus impresiones sobre la historia de Martín, Bruno y Edna, la peripecia de ese sueño sin soñar olvidado sobre la almohada de la habitación 308 del Hotel Hespérides... pero, ¿y tú? ¿Qué te ha parecido a ti la novela? ¿Has encontrado cosas de ti en Martín? ¿Tal vez en Bruno? Y Edna, ¿conoces a alguien así? ¿Te podrías identificar con lo sucedido en su vida?
¡Esperamos vuestras respuestas!
V
2 comentarios:
Impresiones de Adamaval:
Tras la lectura de la novela, merece mi atención, la inevitable invitación a la reflexión sobre el comportamiento humano, y porque no, en todo o en parte, la identificación con sus personajes.
Antes de entrar sobre ello, un inciso breve sobre la técnica narrativa y los recursos utilizados. Según se desarrolla la trama te atrapas en sus redes, con su narrativa descriptiva se desnuda la esencia del personaje o de la escena. Tal descriptiva no provoca la pérdida de interés, ni se debe releer párrafos para encontrar nuevamente el hilo de la trama. Una narrativa minuciosa, con la dosis justa de crudeza, ternura, desasosiego y erotismo.
Fascinante el juego y la manipulación que hace el autor del lector con la utilización del "flashforward". Despertando la imaginación, previendo un desenlace apuntalado por adelantos de escenarios o características de personajes. Pese a que esta técnica conlleva un riesgo inherente, el desinterés por el adelanto, el autor lo utiliza con tal pericia que consigue el efecto contrario.
Mi reflexión se basa en el visión conjunta del retrato de los personajes, adicionando a éstos la metáfora del “sueño”, como representación de la dualidad paradójica de ficción y realidad. Los personajes de Martín, Bruno y Edna son espejos que reflejan las fisuras del comportamiento humano. El sueño un instrumento que resquebraja el telón permitiendo visionar las miserias del comportamiento del individuo frente a la vida, a la sociedad, a la falta de compromiso, la irresponsabilidad, la inmadurez, la infelicidad, el egoísmo y la cobardía.
Martín, ajeno al compromiso de su realidad, adopta una actitud cobarde frente a su infelicidad, ocultándose tras una irrealidad diseñada para ser feliz. Su vida no es circunstancial, más bien, es fruto de sus decisiones y sus actitudes. Y se postula eludiendo su realidad y buscando la satisfacción en lo anhelado y no en lo que posee. Con el despertar seguiremos esclavizados de nuestra realidad. Martín continuará sin encontrar sentido a su vida hasta que no comprenda que la felicidad se encuentra en la sensación de serenidad cada vez que tienes la certeza de hacer aquello que deseabas y no tanto en lo que esperabas.
Bruno, representa el éxito, el control de variables más o menos previstas que surgen en la vida, actúa según lo previsto y esperado. Un contratiempo obstaculizará su camino, apeándolo, siendo incapaz de rectificar o retomar su rumbo. Desconoce como actuar, no lo ha ejercitado, no lo ha aprendido y el coste es muy caro: perderá su serenidad, su paz interior. Bruno muestra la inseguridad en uno mismo. Bruno no tiene un problema externo, un sueño ajeno, sino que su problemática es interna: El desconocimiento de su persona.
Edna, paradigma del egoísmo, de la inmadurez. Lamentablemente el individuo sólo es consecuente con el alcance positivo de su toma de decisiones, pero si éstas son negativas y se desarrollan en contra de nuestras perspectivas, somos ineptos, incapaces de alimentarnos positivamente ante un desencuentro o fracaso. Tal vez por ello el ego adopta la postura fácil, menos traumática, buscando su bienestar, engendrando el engaño y sufrimiento, propio o ajeno. Edna, marcada por un desprecio, opera impulsada por sus carencias sin importarle nada más.
En definitiva, todos ellos son retrato del comportamiento humano que desembocan al fracaso del individuo, al desasosiego, a la búsqueda constante del sentido a la vida. "Volver a las once menos cuarto", creo que indica ese tiempo en nuestra vidas que precisa de un reto personal, de un compromiso, de un encauzarse, de un aprendizaje, del despojo sentimientos traumáticos, de madurar. Sin ese retorno seremos incapaces de controlar nuestro comportamiento frente a las adversidades, al crecimiento como persona, al conocimiento pleno de tu ser.
Zambullirse entre las aguas literarias de esta novela, provocará ahondar en nuestro ser más íntimo. ¿Os animáis a dejar vuestra impresiones?. Con cariño, de Adamaval.
Adamaval,
Gracias por tu minuciosa, sensitiva, sutil lectura de "Devuélveme a las once menos cuarto". ¿Qué dicen los personajes? ¿Cuáles son sus intenciones profundas? Exactamente éstas, las que les dan quienes leen el texto, lo interiorizan y reflexionan sobre él; las personas, como tú, que han alcanzado una explicación de cuanto sucede en las páginas de esta novela.
El libro no es mío; si en algún momento lo fue durante la escritura (y ni siquiera eso lo tengo claro), se emancipó de mi voluntad en el mismo momento de su publicación. Ahora es vuestro, de todos los que queráis entrar en sus historias, incorporarlas a vuestras vidas y emitir un veredicto sobre ellas. ¿Estáis de acuerdo con el juicio de Adamaval?
V
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