lunes, 2 de julio de 2012

Mirar con ojos de Hopper o Fante

El arte te permite mirar el mundo con otros ojos, separarte de tu visión subjetiva, personalísima, e introducirte en la posición del otro, el artista, que te presta su lugar con generosidad. El arte transforma tu mirada porque te permite matizarla, añadirle los rasgos de ese otro prisma que, seguramente por vez primera, se te permite utilizar. Por eso es tan importante y necesario, por su capacidad fascinante de ampliar horizontes, de sumar explicaciones y aportar testimonios desconocidos, de multiplicar la empatía para situarse en la piel del otro y entenderle mejor que nunca, de un modo más profundo. Esa es la razón por la que es imprescindible ver exposiciones, leer libros, escuchar música y embeberse ante una pantalla de cine; no hay otro viaje más intenso ni provechoso.

Hacía esta reflexión en días pasados después de haber tenido la suerte de dar con dos miradas de un riqueza deslumbrante en las últimas semanas: los ojos certeros de Edward Hopper, esos otros fieros de John Fante. Los cuadros del primero se exhiben en el Museo Thyssen de Madrid, en una exposición que debería ser obligatoria en este verano de plomo y fuego; la selección muestra con profusión la delicada perspectiva del conocido como "más americano de los pintores americanos", y que ciertamente presenta un muestrario sólido y contundente de la diversidad de ese profundo país. El visitante de estas salas se reconocerá en las sensaciones de algunos lienzos asimilados por el imaginario colectivo a fuerza de reproducidos; también se sorprenderá por otras obras menos conocidas, como los minuciosos grabados de pequeño formato y enorme riqueza.



Más impresionado, sin embargo, he terminado mi viaje por Pregúntale al Polvo de John Fante, sólido, descarnado, fascinante ejercicio de literatura. El autor que tanto influyó sobre el mismísimo Charles Bukowski me ha deslumbrado con su soberbio uso del lenguaje, con la creación de un personaje, Arturo Bandini, lleno de ternura y fiereza, contradictorio, genial. Ocupando su mirada durante doscientas páginas, me he sobresaltado por la dureza del protagonista, reconociéndome en algunos de sus vicios y virtudes, asimilándole como un individuo limítrofe y arriesgado, profundamente humano. Sus ojos, como los de Hopper, me han hecho mirar el mundo desde un lugar distinto, mejor en la medida en la que es más rico; también menos inocente, aunque seguramente eso constituya hoy una ventaja en lugar de un inconveniente.

V

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