lunes, 21 de enero de 2013

¿Sigue Víctor Hugo vigente?

La pregunta tiene, lo confieso de partida, un cierto tufillo de tópico moderno. ¿Están los clásicos todavía vigentes? ¿Siguen Dostoievski, Tolstoi, Lowry, Camus o el propio Víctor Hugo despertando el interés de los lectores? Porque ahí es donde quiero ir a dar: no tengo ninguna duda sobre la validez literaria, estética y artística de esos autores ni de sus obras, pero mi impresión, sin embargo, es que sus temas, personajes y situaciones encuentran dificultades para llegar a un público contemporáneo. No debería ser así, porque es seguro que en Madame Bovary hay lecciones más universales que en las trilogías eróticas de calderín estrecho o en las tramas uniformadas de la negra, pero ocurre. ¿Por qué?

Quiero imaginar que los lectores, también yo como tal, tenemos una cierta tendencia a buscar narraciones que hablen sobre nuestro mundo, ambientadas en las ciudades en las que vivimos, con problemas iguales a nuestra cotidianidad (laboral, sentimental, económica) y un atrezzo digamos reconocible (teléfonos móviles, ordenadores portátiles o Internet, por centrar la reflexión). Y creo que eso triunfa por encima de la profundidad del personaje, de la universalidad de las enseñanzas sobre la condición humana que se puede encontrar en Los Hermanos Karamazov, a cuyo sentido último, en muchos casos, el lector no se asoma, quizás espantado de antemano por la perspectiva de una larguísima novela de saga ambientada en el mundo rural ruso.

Y por ahí es donde voy llegando a la pregunta inicial de mi reflexión. ¿Siguen vigentes los clásicos? Y aún más, ¿cómo es posible 'actualizarlos' de forma que conciten de nuevo el interés de los lectores? Lo pensaba ayer después de disfrutar con la excepcional adaptación cinematográfica de Los Miserables de Víctor Hugo; una sala de cine llena y el entusiasmo en los rostros de los espectadores mientras el descomunal Hugh Jackman y la delicadísima Anne Hathaway (a Russell Crowe el experimento cantarín se lo come) desgranaban la historia de Jean Valjean me confirmaba que es posible. Y si lo es, ¿cómo? En el caso de la cinta de Tom Hooper, adaptando el texto al género musical, invirtiendo en una producción descomunal y confiándose al talento y la valentía de un reparto que, en su mayoría, comparece en estado de gracia. ¿Entonces? La solución pasa, en mi opinión, por enriquecer el texto con los lenguajes contemporáneos, acomodándolo lo máximo posible al mundo actual y permitiendo, así, que la brecha espacio-temático-temporal no se convierta en un tramo imposible de transitar para un espectador-lector que, probablemente, no concibe su participación en el acto artístico como un 'trabajo', sino como un placer o un acto de relajación. Así sería en el cine y el teatro, pero ¿y en la experiencia lectora? Ahí, me temo (aunque en realidad no es temor, sino reconocimiento lo que siento) que no hay mayor capacidad de "adaptación" que la de coger el tomo y emplear muchas horas en sus páginas...

V

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