miércoles, 24 de julio de 2013

El hambre insólita del creador

La inspiración es desconcertante; sus formas son tantas, y tan variadas, que en muchas ocasiones logra tomarte al asalto, desprevenido, o lo que es casi peor, desarmado. Después de tanto tiempo, sin embargo, suelo tener la presciencia de su llegada; un cosquilleo eléctrico me pone en la pista de lo que está por suceder; también tengo algunos indicios de cómo se consigue desatar su tormenta.

Ayer, una vez más, la vi llegar. Durante una conversación habitual, un amigo con quien comparto inquietudes creativas me mostró su proceso, los últimos hallazgos de su indagación, hacia dónde sentía la necesidad de dirigir sus pasos. Mientras observaba el prodigio de su arte, reconocí las huellas del creador, ese hambre insólita y pertinaz que te lleva a seguir buscando, a ir más lejos y desmentir lo logrado, condenándote a una secuencia feliz y dramática: crear, crear, crear. Como si nada de lo conseguido sirviera, o tal vez al contrario, como si todo lo ya obtenido sólo tuviera el sentido de proyectarte más lejos en ese camino de incertidumbre y desasosiego.

Y recordé el If de Kipling:

Si puedes amontonar todo lo que has ganado
y arriesgarlo todo a un solo lanzamiento;
y perderlo, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón y tus nervios y tus tendones,
para seguir adelante mucho después de haberlos perdido,
y resistir cuando no haya nada en ti
salvo la voluntad que te dice: '¡Resiste!'
(...) Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más: serás un hombre, hijo mío. 
Rudyard Kipling, If

Ese hambre es no conformarse con lo obtenido, no acomodarse en el reconocimiento, poseer la ambición de dar lo mejor de uno mismo -aunque se desconozca qué es exactamente eso o cuáles serán sus implicaciones-, violentar los límites propios, cuestionar cada cosa, sumirse en la angustia de empezar de cero; de poder perder la partida y abandonar la zona de seguridad donde se ha conseguido -no sin esfuerzo ni mérito ni un agotador trayecto previo por el abismo de las dudas- disfrutar de un cierta estabilidad. Valorar la serena contundencia de todos esos logros para volver a lanzarse al vacío, y ser feliz en la osadía; sentir la plenitud de viajar ligero de equipaje en la búsqueda de una mayor perfección estética, sin otra ambición que la de llegar más lejos, pisar territorios desconocidos, ampliar el campo expresivo propio y, tal vez, conseguir ofrecer a los demás un conocimiento mayor, la impagable felicidad de una obra más hermosa.



V

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