Con una trayectoria de sorprendente solidez para su juventud, Alberto Olmos se ha ido labrando una merecida fama de escritor brillante y con muchas cosas que decir. Y no sólo eso, sino de autor valiente, moderno, arriesgado en la utilización del castellano, y con una admirable capacidad para alcanzar el equilibrio entre la fuerza de sugestión de sus contenidos y la deslumbrante composición de sus textos, en los que proliferan recursos estilísticos tales como ciertas aproximaciones sinestésicas de gran eficacia -'(...) también había visto ortigas, con su nombre escrito en urticaria'-. El fragmento, y la motivación de este post, proceden de su último trabajo, Alabanza, una novela que indaga en la identidad del individuo, su ajuste dentro de la pareja y las particularidades del universo literario en un mundo sin literatura:
Su amor fue un malentendido, quizá literario.
Este nuevo texto reúne muchas de las mejores virtudes de Olmos -también algunos de sus defectos, Malherido-. El libro arranca con una primera parte deslumbrante, rápida, adictiva y repleta de ese manejo prodigioso de las palabras que atesora el autor; quizás -por hacerle el juego a ese alter ego jodón del protagonista- en la segunda se produzca un cierto estancamiento en la velocidad de la lectura, fruto del cambio de ritmo de la narración y de la llegada de una cadencia ligada al pensamiento remolón y huidizo de Sebastian durante su reencuentro con Miguel. La sangre no llega al río, no obstante, y la obra conserva la atención del lector hasta el desenlace de la parte final, de nuevo audaz en su planteamiento estético, formal y literario. El resultado definitivo es un libro maduro, hermoso, recio, poco concesivo con cierto área indolente de la sociedad, y divertido para quienes nos situamos en el otro lado del juego creativo; una obra de grata lectura que rebosa de ironía con una profunda huella de autor -'Se concedía mucho crédito a dejarse ver, a estar y a ser simpático. Decenas de autores jóvenes se dejaban ver, estaban y eran apabullantemente simpáticos. Ya no tenían tiempo para escribir, pues andaban muy ocupados convirtiéndose en escritores'-, pero también de un innegable -y ojalá que fértil- amor por la literatura:
Y pensó también que quizás la literatura no había muerto, no había sido destruida, sino que sólo estaba replegada, acogida en el regazo de un lector único para un único escritor, que tenía algo que decirle.
V
No hay comentarios:
Publicar un comentario