miércoles, 20 de agosto de 2014

Ferragostos

En algún momento, todos lo hemos vivido, parece que se hubiera cumplido ese sueño -¿distopía?- de estar solos en el mundo; la ciudad se encuentra apreciablemente vacía y la vida cibernética a la que nos hemos ido reduciendo con el paso de los años y las tecnologías enmudeció, sometida a una cadencia de faltas de cobertura o intención. Por un instante, te asemejas al único representante de una raza extinta o en vías de hacerlo, un espécimen raro, de belleza agónica y grito angustioso. Es el ferragosto, ese día del verano (en realidad, ese puente, y en muchas ocasiones, toda la extensión de una semana) en donde se concentra la mayor disparidad de huidas, escapadas, refugios y aspiraciones de infinitos.



Cada quien ha vivido su propia variedad de ferragostos: sin duda todos pasamos uno silvestre, en una playa recóndita, abandonados al imperio remolón de los sentidos, tal vez entregados a la exquisita complacencia de la individualidad, o quizás sumergidos en ese torbellino tempestuoso -y descarnado- de los amores de verano; nadie escapa a la variante laboral, urgida por circunstancias indescifrables y un tanto míticas, que condenan al individuo a esa lenta, plomiza, guardia de oficinas vacantes, contestadores automáticos y el divergente ritmo de unas urgencias anecdóticas e impenitentes; muchos nos vimos en el ferragosto extraño, de planes imposibles de acomodar y el desparejo de las calles vacías, calcinadas por el sol y apenas refrescadas por la brisa cálida del atardecer, apalancada sobre el consuelo de los reencuentros más convenientes que pretendidos.

Agosto, ya lo dejé caer por ahí, es un mes enigmático, flexible, lleno de matices y rostros, poliédrico según las circunstancias de quienes se refieran a él. Quizás ningún otro en el año muestre tantas alternativas vitales, un número más evidente de condenas y la concentración -acaso también las frustraciones; si hay mala suerte, la reiteración de ellas- de ansias, expectativas, deseos y apuestas. Probablemente, no haya un mes más libre, ni tampoco más interpretable, sea esta condición desde la subjetividad de la percepción personal o la condena de quienes presencian y juzgan. Para mí, por una miríada de razones rica, generosa y taraceada de sutilezas, es un privilegio cíclico, fiable y gustoso.

V

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