Leyendo la prensa, he encontrado en El País un estimulante artículo (http://cultura.elpais.com/cultura/2012/09/01/actualidad/1346508424_981750.html) sobre el origen de obras que van a llegar a manos de los lectores (bueno, al menos a las librerías; lo de las manos está todavía por verse) en el próximo otoño. Y me ha parecido un enfoque muy interesante, contarle al posible receptor de la historia no sólo la sinopsis de una novela que más tarde va a leer y comprender de un modo pleno, sino cuáles fueron los hilos a partir de los cuales se tejió ese tapiz de ficciones, de dónde proceden los diferentes elementos que, aliados, confundidos, contaminados, terminaron por dar ese complejo artefacto.
Esa explicación será posible, en todo caso, de una forma incompleta incluso en el supuesto de la mayor sinceridad posible: el escritor conoce muchos de los orígenes de su narración, pero también desconoce una parte importante de ellos. La escritura es un proceso extraño, oscuro en muchas fases, epifánico; un camino que uno inicia con la intención de rematar un texto completo, pero en el que se embarca desde el desconocimiento de las etapas, meandros o innovaciones con las que se encontrará durante la travesía. Muchas de las ideas, páginas o giros argumentales que componen finalmente el libro son ajenos incluso para su autor, surgieron durante la marcha y se incorporaron satisfactoriamente al conjunto, pero es imposible saber de dónde vinieron. Estaban ahí sin saber cómo, y bien estaba que así fuera.
En mi caso, ya conté en las presentaciones de "Devuélveme a las once menos cuarto" que la idea me sobrevino hace algo más de trece años, y que su llegada está íntimamente relacionada con lo que sucede en el libro: una mañana me desperté, miré mi almohada y pensé 'Aquí podría haberse quedado un sueño sin soñar'. El resto sólo consistió en tirar de ese hilo y descubrir a dónde me conducía; como me llevó varias tentativas y muchos años concluir su escritura, me fui llenando de las complejidades que más tarde se hicieron hueco en la narración. Pero no siempre es así de claro y unívoco, otras veces, recibes ese primer deslumbramiento y empiezas a escribir con una idea, tal vez incluso con poco más que una frase. Así fue en "Duelos": quería hacer un libro de relatos enfrentados, que compitieran en duelos a partir de paradojas tales como la maldad de las buenas acciones o la bondad de las malas. Desde ahí tuvo lugar la partida y luego se fueron sumando elementos imprescindibles: una noche de concierto en el Village Vanguard deNueva York, la literatura japonesa, la dualidad entre realidad y ficción, o un largo poema muy inspirador...
Ahora estoy metido de lleno en el laberinto de la nueva novela, trabajando con determinación, más seguro de hacia dónde voy que hace unos meses, aunque tampoco inamoviblemente convencido de cómo será la ruta. Sin duda, lejos del comienzo: una noticia leída en un periódico sobre una modelo muy joven (19 años, creo recordar) que se había suicidado en Manhattan, saltando desde la ventana de su privilegiado apartamento en el Midtown. "La condena de la belleza", pensé entonces, y en unos meses esa frase había empezado a fermentar en mi cabeza. Pero... pero eso es otra historia...
V
2 comentarios:
Ánimo en esta nueva andadura literaria. Los lectores de tu primera novela, ya tenemos ganas de sumergirnos en el mundo de la siguiente...
Gracias, Fernando! Será difícil alcanzar tu altísimo ritmo de escritura y publicación, pero sigo en la brecha! Un abrazo
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