miércoles, 10 de abril de 2013

Afinando y ya en el rastreo

Todos los procesos de la literatura son igual de importantes, aunque cada uno de ellos requiera del autor habilidades, empeños y desvelos bien diferentes. No hay novela sin el material básico: la historia; es imprescindible tener algo que contar, el relato de la vida de un personaje, o quizás tan solo de un episodio aislado de ella, podría ser la secuencia de un momento histórico para una nación o comunidad. Cuando se cuenta con ese impulso inicial, en ocasiones mágico (el famoso "primer verso" regalado por los dioses), comienza la fase más creativa, febril, el proceso de escritura, la construcción de los personajes y situaciones sobre los que se armará la trama, la búsqueda del ambiente, el ritmo, las voces y los planos narrativos con los que se contará esa historia inicial. Probablemente, ése sea el momento más agradecido de todos, cuando el autor se convierte en un ser todopoderoso, que maneja a su antojo el patrimonio lingüístico y construye mundos a su antojo, sin más autoridad de referencia que su propia imaginación, la valentía de su ambición creativa.

Ese proceso termina conduciendo a un primer borrador, desemboca en una novela "en bruto" sobre la que es imprescindible aplicarse en la fase más dura e ingrata, la de las correcciones. A partir del cierre del texto inicial da comienzo la revisión, el afinado de la obra, la sucesión de lecturas, el peinado exhaustivo, milimétrico, obsesivo, de cada línea escrita para determinar si la historia se cuenta como el autor quería, si los personajes son quienes estaba previsto y las sucesivas tramas se coordinan y superponen hasta constituir un cuerpo final, único, de sentido completo y satisfactorio. En esa fase, de cuya intensidad flamígera he dejado muestra por boca de otros autores en posts previos, me encuentro, buscando entre las hebras del borrador la realidad inequívoca de la novela.



Pero la literatura no es enfermedad disciplinada o de órdenes cronológicos, o al menos no lo es en mí; así que ya estoy en el rastreo de una nueva historia. En los últimos días, mis sentidos se han afinado, persiguiendo músicas, estímulos creativos, luces y testimonios; de nuevo, miro el mundo con espíritu analítico, tratando de cazar imágenes, entender comportamientos, buscar causas y razones, suponer las partes ocultas de cuanto sucede, y extraer conclusiones de todo ello. De forma inconsciente, acumulo materiales narrativos que aflorarán cuando, en lo inesperado, un chispazo de lucidez me ofrezca la certeza de que tengo algo que contar; es imposible saber cuándo sucederá, pero he de estar preparado para ese momento: la última ocasión fue en Nueva York, lejos de casi todo y muy cerca de mí mismo; quizás ésta ocurra en mi mundo cotidiano, tal vez sea en algún lugar que todavía desconozco...

V

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