Hoy nos hemos encontrado con una noticia de esas que te sacan el optimismo de encima a culatazos: esta larguísima crisis -interminable como el invierno nuclear con el que suelo definirla- ha terminado extenuando la resistencia de Alta Films y nos deja prácticamente sin opciones de seguir viendo cine en versión original en los Renoir (cierra 180 de sus 200 salas). La cruel combinación de las circunstancias hace insoportable la supervivencia de un gigante que durante décadas se ha dedicado a acercarnos a mundos culturales de otra forma inhóspitos; importa menos enseñorearse en el análisis de las causas (subida del IVA, pérdida de apoyos públicos, piratería y, ay, la imparable bajada del número de espectadores) que en las consecuencias: nuestras opciones de ampliar horizontes gracias al cine de autor en versión original acaban de ser dramáticamente cercenadas.
Por si alguien piensa detenerse en ello, me sé de corrido las causas económicas y los principios de viabilidad de las empresas; y me importan poco. No escribo sobre negocios y, en realidad, me parece un detalle menor si una gestión más eficiente le habría dado a esas salas donde tantas veces he sido feliz unos meses más de vida; porque el futuro más previsible es que alargar la agonía sólo hubiera conducido, igualmente, a la muerte. Lo que verdaderamente me preocupa es el empobrecimiento cultural que este cierre supone, y cómo se suma, en una escalada tétrica, desesperanzadora, a la larga secuencia de nuestro camino hacia la miseria intelectual: librerías que desaparecen, editoriales sin posibilidad de dar la alternativa a nuevos autores, guiones que jamás se convertirán en películas, museos sin presupuesto para programar, bibliotecas sin dotación económica para comprar libros...
Habrá quien fije las coordenadas de esta triste noticia en la ínfima incidencia de lo minoritario, "el que programa blockbusters hollywoodienses no cierra", completarán. Y a mí me parecerá que están quedándose en los detalles insustanciales, encontrando coartadas para no sentirse nunca aludidos ni responsables de cuanto sucede, limpios, inocentes, también cobardes y acomodaticios. Primero porque en lo minoritario germina el talento, la riqueza de los puntos de vista diferentes, ese no sé qué distinto en donde, quizás, arraigue la certeza que nos cambie el mundo; y en segundo lugar, porque lo menos importante es que a ti no te afecte demasiado a por quién vinieron esta vez, si dejas la bola crecer, su fuerza hará que, más pronto que tarde, seas tú el afectado...
V
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