miércoles, 19 de junio de 2013

El mundo en dos números

El camino empieza a completarse y, allá a los lejos, parece que la neblina se deshace en hilachas entre las que es posible atisbar una sombra similar a la costa. Con suerte no habremos de navegar mucho más, el cuerpo complacido todavía por la experiencia salobre de la travesía, también los músculos ya en el límite de su resistencia por la acumulación de un esfuerzo tanto tiempo sostenido, necesitados de una tregua. El viento se ha entablado y permite relajar durante unos instantes la atención, perder la vista tras la popa del navío y, siguiendo la estela alba de la espuma, hacer recuento de las millas recorridas hasta aquí; en una secuencia acelerada, pasan ante lo ojos alucinados del tripulante las horas de esfuerzo, los hallazgos deslumbrantes del proceso, también los sinsabores de sus fases más oscuras, esa noche insondable de la que, en ocasiones, parecía imposible emerger. Con todo, el conjunto de estos elementos tan dispares se ha ido arremolinando, limando sus divergencias y asperezas hasta solidificarse, dando lugar a un único bloque duro, de aristas amables y superficie refulgente: el resultado único e irrepetible de este viaje, un tesoro desconcertante por cuya suerte tocará bregar ahora.



Se cierra la madrugada y, como por ensalmo, el mundo entero se condensa en dos cifras; la primera es una recurrente, simbólica, mágicamente ligada a mi destino: 212. En la otra, sin embargo, se esconden los detalles de una identidad pública, blindada y única: M-5097-2013.

De un modo inexplicable, en este momento el destino íntegro gravita sobre esos números; en ellos se cifra la suerte final de esta jornada. Ojalá encuentren la ruta adecuada hasta el puerto de destino.

V

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