miércoles, 10 de julio de 2013

Paseando por Ribeyro

En tardes como hoy de días como estos últimos, se me desatan las ganas de repasar algunos de los libros que fueron importantes en mi trayectoria como lector, esas obras de las que las rutinas vertiginosas de los años me han ido alejando. Siempre están en mi biblioteca, pero puedo llevar años sin abrirlos, trasladándolos en mis sucesivas mudanzas y acariciando, de tarde en tarde, su lomo con la sólida vibración de nuestra añosa amistad; de vez en cuando cruzan raudos por mi cabeza, sorprendiéndome en lugares sin relación alguna con su esencia, quizás en una conversación que me conduce hasta su ejemplo. Hasta que un día me decido a pasear de nuevo por ellos; los abro al azar, sin orden ni determinación previa, y leo por el placer de entresacar fragmentos de su prosa, sintiendo el latido profundo de su huella en mí cuando reencuentro algún párrafo que me dejó su marca tanto tiempo atrás.

Hoy me detuve ante La tentación del fracaso de Julio Ramón Rybeiro, redescubrí con ternura la dedicatoria que quien me lo regaló escribió con letra ordenada y palpitante hace diez años, y pensé en compartir con vosotros algunos de los rincones deliciosos que un paseo al azar te regala, teniendo como guía la única restricción de comenzar y terminar la caminata donde él mismo lo hizo. Es uno de mis libros preferidos, que he ido interiorizando en catas sucesivas y llegué a reseñar para la revista Paralelo Sur, por fragmentos tan intensos, sombríos y reales como estos:

Lima, 11 de abril de 1950
Se ha reabierto el año universitario y nunca me he hallado más desanimado y más escéptico respecto a mi carrera. Tengo unas ganas enormes de abandonarlo todo, de perderlo todo. Ser abogado, ¿para qué? No tengo dotes de jurista, soy falto de iniciativa, no sé discutir y sufro de una ausencia absoluta de "verbe".

París, 4 de abril de 1970
Revisando mis papeles en esta mañana de primavera tardía. Certidumbre de que si quiero proseguir mi carrera literaria sin caer en un periodo de receso o quizás de clausura tengo que darle forma a lo informe. Miles de hojas dobladas, tarjadas, mezcladas. Su lectura atenta exigiría meses de trabajo. Y su selección y su copia en limpio uno, dos años.

3 de marzo
Es inconcebible cómo habiendo estado el años anterior dos veces a punto de morir pueda ahora aguardar esta primavera impaciente, con ardor, como si ella me tuviera reservada una promesa que ya no debería esperar y que yo no solicito, esperarla este domingo escuchando óperas románticas, fumando, envenenándome con un alcohol finísimo pero dulce, escribiendo lo que vanamente intento, obras maestras, como si esta fórmula, inventada por nuestros abuelos, tuviera ahora alguna circulación.

18 de julio
Debo tener presente siempre esto, que a menudo tiendo a olvidar: lo que quedará de mí será lo que escribo y todo lo demás -eficacia en mi trabajo oficinesco, brillantez en las reuniones sociales, etc- carece completamente de importancia. Debo hacer lo único que sé hacer más o menos bien, lo que me agrada hacer y lo que otros no pueden hacer en mi lugar: escribir mis historias boludas o sutiles, hasta reventar.

30 de diciembre
Si mi unión con Alida fracasa algún día no será tanto por la oposición de nuestros caracteres como por la identidad de nuestros defectos. Su orden con mi desorden, su higiene con mi desaliño, su locuacidad con mi silencio, su sociabilidad con mi enclaustramiento, mal que bien han hecho un buen ménage durante casi veinte años... Pero es nuestra imprevisión y prodigalidad la que nos pone en una una situación en la que nuestra sociedad deja de ser viable. Ambos no tenemos la menor idea del ahorro, de la economía, de la intendencia de la casa y nos precipitamos inconsciente y casi desesperadamente hacia la ruina.

V

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