No puedo escribir el prefacio. Lo he intentado. He malgastado cuatro días escribiendo inútiles comienzos. Hay varios motivos para ello, pero el principal es que me siento aprisionado por In Cold Blood, y dudo que sea capaz de escribir otra cosa hasta que haya acabado el libro. Es como una enfermedad: no puedo soportar 'escaparme' de él, por decirlo de algún modo.
Truman Capote. Un placer fugaz
Con esa facilidad discursiva algo deslumbrante del pensamiento, presenciar desde mi butaca la actuación de Phillip Seymour Hoffman en la sutil y delicada El último concierto me hizo pensar en su Oscar, que obtuvo por interpretar con notable verosimilitud a Truman Capote. Y, claro, un segundo más tarde, casi sin haber abandonado la sala, le daba vueltas a Capote, uno de mis autores favoritos, de cuyo proceso creativo tengo un conocimiento más profundo (y ejemplificador) gracias a Un placer fugaz, la correspondencia completa del escritor publicada hace unos años.
Ese libro permite asomarse a la realidad íntima de Truman Capote por encima de los tópicos y las deformaciones con las que el tiempo, y nuestra tendencia a la banalización, han ido aderezando su figura. Antes del deslenguado, popular y un tanto histriónico personaje al que se abandonó al final de sus días, la lectura de su correspondencia desvela al escritor en su complejidad, muestra el empeño determinado con el que trabajaba en su obra desde sus retiros creativos (que van desde España hasta las islas del Mediterráneo, especialmente la de Ischia), la fe que siempre se tuvo y su imparable viaje hacia un destino a donde se encaminaba desde muy joven. Leerlo hace algunos años me descubrió la generosidad de Capote, su profunda humanidad (también su tendencia al cotilleo parlanchín) y el recio compromiso con el que se consagraba al 'trabajo de la ficción'. También me resultó muy revelador su sufrimiento (sigue haciéndolo, quizás ahora de un modo mucho más intenso), la parte de condena que está asociada al don de los artistas, cuánto peleó con sus textos para llevarlos hasta un lugar inalcanzable para el olvido durante toda la eternidad. El nivel de las obras que todavía le sobreviven habla de su talento, pero en esas cartas también se cuentan las penalidades de un hombre que se sabía predestinado a la literatura, incapaz de algo distinto de ella, por mucho que en ese empeño hubiera algo un tanto orate.
He vuelto al trabajo: he terminado, o casi, el primer acto de la obra, y he empezado una novela, lo que quizás no es muy sensato por mi parte, pero es que no me he podido resistir.
Truman Capote. Un placer fugaz
V
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