martes, 10 de septiembre de 2013

La lección de dignidad de Stoner

Con el alma sobrecogida tras terminar Stoner en un sprint de más de 50 páginas del que no me pude retirar, apagué la luz y traté de encaminarme al sueño. Sabía que se trataría de una persecución compleja porque, habitual de los desvelos y las noches de agitada ensoñación, el libro me había sacudido con demasiada intensidad como para abandonarme, tan poco tiempo después, en un placentero descanso. Ya me había dado varias noches, eso también alentaba mi pronóstico, tras la lectura de fragmentos de una sobrecogedora belleza, intensos y desoladores, que me tomaban por las solapas de lector y me cimbreaban a su antojo. Como en muy pocos casos, el personaje, la trama y la compleja arquitectura narrativa funcionaban con tal precisión que me resultaba imposible transitar por sus páginas sin que me afectara.

Stoner (Baile del Sol, cuarta edición Diciembre de 2012) es un libro sencillo; aunque en realidad no, no lo es en absoluto. Se trata de una novela complejísima construida a partir de un argumento de apariencia muy simple: narra la vida de un profesor universitario, William Stoner, desde que comienza sus estudios en la Universidad de Misuri hasta que fallece después de haberse convertido en profesor del mismo centro en el que se formó. Una larga existencia en la que asistimos a su matrimonio con Edith, al nacimiento de su hija Grace y al discurrir por su años de personajes de gran trascendencia, como Gordon Finch, Dave Masters, Holly Lomax y mi preferido (no spoilearé la novela con la razones de mi ternura por ella), Katherine.



Todo el argumento, sin embargo, gravita sobre la figura de ese hombre sabio, discreto, determinado a alcanzar el lugar que ocupa, pero con serios conflictos para comunicar sus sentimientos a quienes le rodean; una persona de una inmensa erudición, con una fastuosa vida interior, y que, no obstante, no es capaz de trasladar con facilidad sus conocimientos al mundo. Como dicen los extractos críticos incluidos en la edición, se trata de un personaje profundamente humano, contradictorio y no siempre acertado, que conseguirá la empatía de lector precisamente por sus imperfecciones: la imagen que refleja ese espejo de sinceridad se asimila muy bien a las nuestras. Y es, por encima de cualquier otra consideración, un hombre íntegro, que ofrece una estremecedora lección de dignidad sin que le importen las consecuencias que su recto proceder puedan tener sobre su existencia posterior; ni tan siquiera si pueden extenderse durante décadas o arrasar su mundo íntimo. Dignidad y renuncia son los cimientos del estoicismo de un tipo sencillo, formado en la austeridad del medio rural americano y con la capacidad de adaptar su cuerpo y su alma a las 'inclemencias' que le envíe la vida.

Se trata de una novela magnífica, arrasadoramente hermosa, que recomiendo con viveza, sabedor de que quienes se sumerjan en ella caminarán por el equívoco universo estático de su paisaje sorprendiéndose ante la densidad de su acción, sobrecogiéndose con las calladas lecciones de un individuo que sólo aspira a existir discretamente, mientras llena el espacio con sus reflexiones:

Aprendió que la persona que uno ama al principio no es la persona que uno ama al final, y que el amor no es un fin sino un proceso a través del cual una persona intenta conocer a otra.

V

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