jueves, 19 de septiembre de 2013

Y ahora ya tienen pasaporte...


La primera vez que supe de Martín y Bruno fue hace muchos años, nada menos que quince. Yo estudiaba Ciencias de la Información en la Complutense y una mañana, al despertar, tuve la certeza de que un sueño se podía haber quedado olvidado sobre la almohada de mi cama. Después de eso las cosas sucedieron vertiginosas; aunque en realidad no fue del todo así: los personajes y la historia se me hicieron presentes casi de inmediato; dar con la forma, el tono, el ritmo o los matices me llevó mucho tiempo, un largo aprendizaje que requirió, esencialmente, de mi convencimiento sobre la capacidad de llevar a cabo esa travesía. Sin embargo, Martín y Bruno ya estaban vivos en ese momento, y lo estuvieron siempre mientras yo vagaba por los aledaños de mi camino. Edna no se les unió hasta mucho después, pero ellos dos jamás desaparecieron de mi vida durante los más de diez años que tardé en situarlos en su lugar.

Un día de 2011 les llegó la hora de independizarse de mí, algo que yo viví con alegría e incertidumbre, ignorante de cómo serían recibidos en un mundo del que desconocía andamiajes y tramoyas. Dejar marchar a unos personajes supone un malabarismo desacostumbrado y extraño: de una parte, con su salida al mundo se consigue el propósito último (e inicial) de la ficción, contar a los demás una historia; de otra, compartir el fruto de tu creatividad es una exposición íntima e integral, un abismo desconocido sobre cuyas consecuencias es imposible hacer una predicción fiable. Permites que tus creaciones sean difundidas sin saber si el público, la crítica y los medios las acogerán con la suavidad y el mimo que tú quisieras para ellas; expectante por comprobar si fuiste capaz de construir una novela que se explique por sí misma, enganche y pueda aportar algo a la existencia de quienes la lean.



Este septiembre, además, me sorprende con la extrañeza de un viaje todavía más lejano y atrevido: Martín, Bruno y Edna ya tienen listos sus pasaportes para embarcarse hacia América; estarán con Ediciones Carena en la Feria del Libro de Puerto Rico, intentando susurrarles la historia de su sueño perdido a lectores de una latitud distante y desconocida. Mientras les veo cerrar las maletas (Edna, coqueta, queriendo meter en ella demasiados modelitos), siento el orgullo de hasta dónde han logrado llegar y, al mismo tiempo, la responsabilidad de si sabrán acertar con el gusto de esos nuevos amigos. Cuando escribo estas líneas, experimento la satisfacción de ver cuánto sigue creciendo 'Devuélveme a las once menos cuarto', y la emoción de ciertas despedidas: soy consciente de que en su nuevo destino no podré ayudar a mis personajes, que han de ser ellos quienes se valgan por sí mismos, conquistando a los puertorriqueños y haciéndose un hueco en sus vidas con la única ayuda (tan poderosa) de las palabras. Sé que pueden hacerlo, quiero que consigan hacerlo, ansío comprobar que lo han logrado.

V

No hay comentarios: