Tenía pensado un post para hoy desde hace varias jornadas, ésta es la semana más sencilla para eso de todo el año: apenas se necesita un poco de fondo de armario, ciertos tópicos no necesariamente originales sobre la literatura y algo de buenismo proselitista; e iba a salir bien, porque yo amo los libros y la sinceridad siempre se le transparenta a los autores en sus textos, y también gracias a vuestra disposición a celebrar una fecha tan señalada: el Día del Libro, la gran fiesta de Sant Jordi, la conmemoración de los dos autores más inmortales de la historia universal de este género -Shakespeare y Cervantes, quiénes si no-. Total, que en esas me andaba cuando las noticias nos azotaron con la muerte de Gabriel García Márquez, probablemente (y que Borges y su legión me perdonen) el tercero imprescindible para esa dupla, tal vez con necesidad de foto finish en calidad literaria (que probablemente tampoco), sin duda alguna en capacidad de influencia y globalización de la letras.
En los últimos días ya se ha dicho casi todo del genio de Aracataca. Y en esa aproximación al absoluto también caben los excesos, las imprecisiones, los tópicos, e incluso las tonterías, que nos los han repartido a paladas; su indudable talla de autor no ha dejado indiferente a nadie. Y no es mi intención repetirme sobre la magia de Cien años de soledad, porque incluso desde mi devoción por esa obra, no es mi preferida de entre las suyas, ni quizás la mejor: en Crónica de una muerte anunciada, sin ir más lejos, hay un dominio de la técnica y el lenguaje tan prodigiosos como pocas veces se ha visto. Gabo -también este diminutivo de su preferencia parece molestar a los más críticos- lo ha sido todo en la literatura: autor de obras inmortales, creador de estilo y tendencias, dinamizador de la cultura y el lenguaje latinoamericanos, periodista de raza, hombre de cultura, humanista de presencia global, generoso con sus coetáneos, un escritor irrepetible, ese gigante que, por tenerlo tan cerca, todavía algunos no saben situar en el lugar de la Historia en el que ya se asienta.
Ahora llevaba años sin escribir, la salud, la memoria o cualquier tipo de agotamiento propio de su vejez se lo habían llevado de la mesa de trabajo; hay quien consideraba su silencio un preámbulo de su desaparición, para mí, no obstante, el latido en el cuerpo del mito mantiene siempre la esperanza de un texto nuevo, el calor protector de su inmensa sabiduría. En esta hora sí para siempre, su cerebro se ha apagado y con él se marcha una voz que, en medio de esta honda negrura, ejercía de faro tranquilizador; nos deja, en cualquier caso, Macondo, a los Buendía, el Coronel y tantos otros, un océano de horas de felicidad lectora. Por eso, en este 23 de abril, Día del Libro, es de justicia que celebremos a García Márquez, leyéndole o teniendo un recuerdo hacia él, que tanto ha hecho por los libros en el último medio siglo; yo lo hago desde este rincón que le debe buena parte de su vocación y su esencia, mientras reservo mis fuerzas para dedicarle el festejo definitivo de la presentación de 'Duelos' en La Mercería de Sevilla el próximo viernes.
Lo dicho, Maestro, buen viaje hacia la eternidad y muchas gracias.
V
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