miércoles, 25 de junio de 2014

El Limbo de Fernández Mallo

Me gusta Agustín Fernández Mallo. Me gusta él como persona, su yo escritor y casi cualquiera de sus apariciones, desde su blog -El hombre que salió de la tarta-, hasta los artículos de la serie Ctrl-Alt-Supr en El Cultural. Me gusta porque, incluso en los casos en los que su lectura no se convierte en un suceso determinante en mi vida, siempre me aporta algo nuevo, distinto, desconocido o enigmático. Llegué a él, en esto no fui un pionero, a partir de Nocilla Dream, la deslumbrante novela con la que se inició su Proyecto Nocilla y cuya potencia es tan incontestable como para haber dotado de nombre y entidad a una generación de autores, esto es indudable, que crearon un aire de renovación en nuestra literatura contemporánea. A partir de ahí le he seguido, asomándome con curiosidad a sus conceptos del Afterpop, la Postpoesía, e incluso a su osado primer poemario, Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus, que se autoeditó en una demostración de firmeza y fe en sus posibilidades.



Fernández Mallo es un autor valiente, inquieto, incapaz de mantenerse en las casillas de su definición (ni tan siquiera en las de su propia delimitación como autor) y, por eso mismo, en constante proceso de evolución y sorpresa para sus lectores. Quienes seguimos su trayectoria, tan pronto transitamos con él los deslumbramientos de la postpoesía, como nos adentramos en la prosa hipnótica de sus 'nocillas' o nos admiramos ante su revisión de Borges -El hacedor (de Borges), Remake-, oportunidad no desaprovechada por la inefable María Kodama para volver a dar muestras de su ansia por monopolizar la obra y el recuerdo del genio argentino. Aunque hay que destacar que pocas cosas en los últimos años han sido tan rompedoras como el espectáculo multidisciplinar, arriesgado y contemporáneo del 'spoken word' que ha montado con el sociólogo Eloy Fernández Porta, y que andan representando por medio mundo bajo el título Afterpop Fernández & Fernández.



Acabo de terminar la lectura de su última novela, Limbo, y una vez más, mi paso por su ficción ha sido un ejercicio enriquecedor, estimulante, plagado de hallazgos tales como la utilización del Principio de Incertidumbre de Heisenberg en la arquitectura del texto, o la persecución del Sonido del Fin por esa enigmática pareja (aunque quizás no lo sean tanto, o no al menos en otra capa de la lectura). En cada página, su desdibujamiento de los límites entre la vida y la muerte me sirvió como estímulo, llevándome a perseguir la grabación del disco de los aspirantes a tocar en el Festival de Benicàssim Chino, ese toque irreal, ficticio, que se va filtrando en el tono global de la narración. La habitual mezcla de elementos científicos con la realidad y la gélida solidez de su prosa hicieron el resto para que, entre bolsas para vómitos convertidas en aromáticos colgantes, haya llegado hasta el final del libro con la impresión de, una vez más, haber sido profundamente impactado por la literatura de este licenciado en Física que se refugia de las tentaciones del éxito en los sótanos de un hospital mallorquín.

V

No hay comentarios: