miércoles, 16 de julio de 2014

Una Medusa única, valiente y hermosa

Un artista da la medida de su grandeza cuando es capaz de desmentirse en cada uno de sus trabajos para derribar sus límites y aspirar a una belleza superior, en los momentos en los que abandona ese tópico de la zona de confort y emplea su dominio de la técnica y el conocimiento del oficio para tratar de crear una obra más elevada. Un artista consigue emocionarme con su valentía y compromiso cuando tiene la osadía -¿o quizás es locura?- de abrir puertas; no sólo de abrírnoslas a los receptores, sino de traspasarlas él, de enfrentarse a la inmensidad de lo desconocido y obtener una respuesta de su sensibilidad, de desvelar la entrada a una dimensión nueva y desafiante. Este privilegio lo he encontrado recientemente en el trabajo literario de Agustín Fernández Mallo y tengo la suerte de disfrutarlo con frecuencia en la escultura de David Rodríguez Caballero; el pasado domingo viví el deslumbramiento de dar con ello en la fascinante -histórica- Medusa que Sara Baras y José Serrano alumbraron para el Festival de Teatro Clásico de Mérida.



La idea parte de la arriesgada decisión del director del Festival, Jesús Cimarro, de encargar a una compañía flamenca una representación 'teatral'; y del talento de Sara Baras para reinventarse y aceptar el reto de contar una historia bailando, de desbordar su extraordinario uso del lenguaje y, gracias a ello, ser capaz de inventar una nueva forma de expresión: narrativa, contenida, rica, diferente, un espectáculo único después del cual se abre ante ella un escenario nuevo y estimulante, que nos deja a los demás en el abismo de una pregunta: ¿Cuáles son los límites -si los hay- de estos bailaores y su compañía? ¿Hasta dónde pueden llegar Sara Baras y José Serrano si siguen explorando esta nueva vía, que combina las artes y es capaz de seguir haciendo flamenco mientras elimina el quejío del cantaor para sustituirlo por la riqueza expresiva de un actor (del matizado e impagable Juan Carlos Vellido, en esta ocasión)?

Nada más salir lo dije en una red social, todavía encendido por la insuperable hermosura de la función: hay veces en la vida en las que tenemos la suerte de presenciar cómo alguien peina el viento, acaricia la luz y toca la esencia de lo infinito; así lo hicieron ante mis ojos Sara Baras y José Serrano, en el marco sabio y milenario del Teatro Romano de Mérida. Hoy afirmo mucho más, reforzado en la certeza de haber presenciado un momento mágico, la conjunción de un elenco de artistas en estado de gracia, que dominan su arte y son capaces de llevarlo a los terrenos de otro, de enriquecerlo con un sello personal que se abre camino hacia la universalidad, de convertirlo en la ensoñación de lo inmortal. Quizás tengáis la posibilidad de verles en la gira que pronto comenzarán (y de cuya ampliación no me que quedan dudas una vez vistas la unanimidad del público y la crítica), eso os brindará la posibilidad de tocar la hermosura a cambio de unos pocos euros; hacedme caso y comprad la entrada, sentaos en la butaca y libraos de cualquier prejuicio, sólo dejad ser a vuestros sentidos. Cuando concluya Medusa sentiréis que sois alguien diferente, más rico, dulcificado por el arte y mejorado por él.

V

PS: Sara y José suman, además, la virtud nunca suficientemente valorada de ser personas accesibles, sencillas, generosas, sensibles y llenas de cariño. Un matrimonio implicado en causas solidarias como la de Mi Princesa Rett, a quienes tengo el orgullo de contar dentro de la familia de amigos de Devuélveme a las once menos cuarto y Duelos. ¡Gracias a ellos por todo!


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