jueves, 12 de febrero de 2015

Al menos veinte razones

Hay a quien le cuesta arrancar los años, o tal vez sean sólo los últimos, los más recientes y menos amables, no lo sé, es cuestión de perspectiva y subjetividades. Cuesta arrancarlos porque concluimos sin resuello el ciclo anterior, fatigados, llenos de magulladuras, queriendo que la flor de hibisco de la esperanza no se nos marchite bajo el peso inmisericorde de la realidad, de esa miríada de pequeñas cuadrículas fractales que construyen la realidad. Cuesta arrancarlos, pero los arrancamos, empujados hacia adelante por el deseo de seguir creyendo, manoteando en el vacío hasta encontrar un asidero al que aferrarnos para comenzar la edificación de ese nuevo episodio biográfico. Arrancamos, aunque cueste, porque como nos dejó cantado hace algunos años el mejor Sabina (aquí anclado a su cuate Serrat), todavía nos quedan 'Más de cien mentiras':



Por eso hoy, y un poco al estilo del juego que hicimos a propósito del Me acuerdo de Brainard, quiero aventurarme con algunos de los motivos que nos llevan a arrancar siempre y en cualquier escenario, sin que finalmente importen las ganas o los sinsabores, con ímpetu o apenas imponiéndonos a la remolonería de quienes, como Bartleby, preferirían no hacerlo. Aquí van mis 20 razones, las que me surgen en el latido de lo instintivo, a las que les gustaría reunirse con las vuestras:

1. La literatura. Los libros que todavía no hemos leído y aquellos a los que nos apetece regresar; todas las palabras de cuya magia aún no somos presa, esas otras que queremos escribir, aunque quizás todavía no lo sepamos.
2. Los sueños que nos esperan en las noches todavía por llegar, esas mágicas secuencias de imágenes, desérticas, húmedas o plagadas de monstruos; la cinematografía de nuestro cerebro.
3. El otro cine, el que nos llega desde el talento de terceros generosos y arriesgados. Las narraciones de Ford, Kubrick, Aristaráin, Malick, Campanella, Tarantino, Almodóvar, Trueba, Spielberg, Wenders, Von Trier, Gay, León de Aranoa, Truffaut, Sorrentino...
4. Las conversaciones, las que se extienden toda la madrugada o nos apartan de las tareas pendientes; las charlas futuras, llenas de ideas que todavía no somos capaces de concebir.
5. Los amigos, en esas conversaciones y en todas las aventuras venideras; en la cercanía del abrazo y el placer inmenso de la camaradería, ese saberse fuera de todo juicio.
6. La música, todas las músicas y de cualquier género, la inmortal potencia de los Rolling Stones, Battiato, U2 o Brian Ferry, el jazz imperecedero de Miles Davis y Charlie Parker, la cercanía estremecedora del Sabi, los Love of Lesbian o Vetusta, las caricias del fado, el flamenco y el tango; sus desgarros.
7. Por escuchar una vez más 'Famous Blue Raincoat' de Leonard Cohen. O el resto del engranaje de sus discos.



8. La sangre, ese vínculo todopoderoso, indestructible, lleno de fuerza y hermosura; los padres, los hermanos, esos otros familiares que supieron convertir la lejanía en vecindad.
9. El próximo amanecer, con ése sería suficiente. Por todos los demás, sin límites ni ansiedad.
10. Por la risa. O casi mejor, por la alegría; con la conjura de pelear siempre por ellas, porque la tristeza llega sola, sin ser invitada.
11. Por la tristeza también, reivindicando la necesidad de su existencia, la posibilidad de crecimiento que anida en sus rincones umbríos, la luz de las sombras.
12. El viaje, irnos al otro lado del mundo y maravillarnos con una ciudad nueva y desconocida, asistir al deslumbramiento de la vida a miles de kilómetros, en un universo donde nada de lo que nos ata y parece imprescindible existe; comprobar que somos existencia y no posesión.
13. Por la espera del amor o el disfrute de sus mieles, si ya se tiene; por el éxtasis de los enamoramientos y las endorfinas de los orgasmos, por la ilusión y su capacidad para dar barnices luminosos a la existencia, no importa cómo de acentuados sean sus grises.
14. Pero también por los desamores y su lenta, inexorable, terrible, demolición; porque en su desilusión se esconde una capacidad de renacimiento que sería impensable si no se nos sometiera a su desolación; para que cada final sólo sea la excusa para un nuevo principio.
15. El placer de la comida y la bebida, el foie, los pescados, las carnes curadas, los alimentos frescos y fragantes, el vino; la resonancia de una copa de vino en la compañía adecuada, quizás apenas la propia.
16. Los kilómetros que le quedan por recorrer a mis zapatillas, los miles -quién lo diría- que ya se apelotonan en sus fibras, la disciplina del esfuerzo y su segura recompensa; el deporte como una escuela de los límites y un administrador de las tranquilidades.
17. Tú. Sí, tú. Aunque no lo sepamos ahora ni tú ni yo.
18. Por la verdad de unos ojos que miran, de las miradas que son capaces de reconocerse; por la cristalina lucidez de las pupilas que siguen ansiosas por mirar, deseosas de conocer.
19. Porque debo regresar a Nueva York, a París, a Roma, a Rio de Janeiro y a Buenos Aires, porque hace tiempo que me esperan en Londres y en Berlín; y porque sería un delito marcharme sin haber recorrido la Perspectiva Nevski de San Petersburgo, el Shibuya de Tokio o el One Central Park de Sidney.
20. Por mi voz, por la conquista de mi voz, por la necesidad que otros puedan tener de mi voz, por la aventura de seguir descubriendo esta voz, de ahondar en ella y encontrar la sorpresa de sus matices; por las vuestras, o mejor por la combinación de vuestras voces con mi voz, por la experiencia conjunta de vivir y ese exótico deleite de mezclarnos, de mestizar nuestras almas.

V

No hay comentarios: