martes, 15 de marzo de 2016

Puede...

Puede que todo quede en nada, y que, sin embargo, esa nada pastosa y de regusto amargo sea lo que dote todo de sentido, convirtiendo la travesía en el eje central de la historia, y desmintiendo el arraigado mito de las consecuciones, las metas y los destinos. Puede que esperar sea un verbo equivocado, una malinterpretación semántica, apenas la pertinaz resistencia de quien no encuentra en sí el empuje de ser acción en lugar de respuesta; podría ser, entonces, que esa palabra súbitamente desechada hubiera de ser confinada en el baúl donde se empolvan los términos que, por desgaste, obsolescencia o impericia, no caben más en nuestro lenguaje. Allá se solazaría en el letargo junto a las adargas, los unicornios, las ruecas y los imposibles; cercana al ambigú en el que se acodan, para trasegar cubalibres de absenta y bebistrajos varios, las personas para quienes la resiliencia continúa siendo un concepto umbrío.



Puede que vivir sólo consista en hacer un inventario progresivo de términos, sentimientos y experiencias, un ejercicio de revisionismo incansable -y agotador- en el que cada certeza esté sometida a constantes reválidas; hoy uno se siente feliz en su piel y circunstancias y mañana, quizás, esos mismos parámetros que generaron seguridades se tornen las rejas de una rutina castrante. Existir, si así fuera, supondría un creativo juego de reinvenciones capaz de mantener en rotación el sistema íntegro de lo que cada quien es en todos los instantes de su vida, haciendo entrar y salir del primer plano lo innovador y lo desusado, desmintiendo las certezas y logrando que la confirmación del descreído sea la de certificar que todo es posible. Apenas quedaría excluida de este tiovivo enloquecido y fértil la muerte; puede que ni siquiera ella lo lograra.



Si no aparece nunca, o entiendo que no di con la palabra justa, y cuando al fin la encuentro, llega aquel mar de dudas.

Puede que al fin me conozca muy bien, como dice la preciosa joya que -otra vez- nos ha regalado Love of Lesbian, o incluso que conocerse bien sea una quimera irrealizable, siempre azotada por el mar de las dudas y las zozobras, apenas reconocible como tierra estable cuando esa palabra justa -y esquiva- parece refulgir con un atroz ardor borgiano entre las sombras. Puede, finalmente, que sólo sea posible conocerse, reconocerse, interpretarse y, en definitiva, alcanzar la paz de la propia condescendencia en la mirada del otro, del testigo en cuya implicación humana, sentimental o intelectual, descansa el cúmulo de placeres, sosiegos y reposos que con tanto denuedo perseguimos desde el nacimiento.

V

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