jueves, 26 de mayo de 2016

Fe de erratas

En la última entrada del blog, sin duda alguna por una recriminable imprecisión, dejé en algunos lectores la sensación de que hay en el ejercicio de la literatura una desproporcionada acumulación de pesares; tantos serían, según esa lectura nada descabellada de mi relato, que casi más convendría que la muerte viniera a relevar al autor de tan arduos desempeños; ningún hallazgo creativo compensaría, así las cosas, la extenuación de una existencia siempre insatisfactoria y esforzada. Sirvan ahora estas líneas, por tanto, para la contrario, no sé si es mejor definirlo como una corrección de lo deficientemente explicado, o etiquetarlo como una fe de erratas; lo que pretendo afirmar, en todo caso, es el júbilo de las letras, la impagable felicidad del creador ante su texto y cómo esa compensación tiene la capacidad de dotar de sentido a la indudable -que la hay- letanía de los esfuerzos y las frustraciones; conozco pocas dichas semejantes a la del trabajo literario finalizado, probablemente ninguna tan íntima y relacionada con la esencia profunda del escritor que firma y, por esa misma vía, se afirma.

Y así de sencillo, con una Fe de erratas, todo vuelve a su ser; lo dicho queda enjugado, la ofensa se borra y pareciera que nunca sombra alguna se hubiera cernido sobre las claridades del día y sus rincones de luz. Sencillo, ¿no? Y tremendamente eficaz: unas pocas palabras sinceras y bien elegidas -el parrafito que antecede a éste-, o una serie de caracteres hábilmente tecleados en la luminiscencia atrayente del celular, y todo lo malo ya fue. Es el poder de la corrección, la habilidad de la disculpa, tal vez el privilegio de quien se puede permitir haber hecho las cosas en borrador, alargándose en la versión de prueba y, con ello, concediéndose dispensa para meter la pata sin demasiado dramatismo. Equivocarse, rectificar, borrar lo inadecuado y seguir como si nada. Es todo lo que se necesita.



Vivir en borrador, y en caso contrario, apresurarse en esa suerte algo pasada de moda de la Fe de erratas; permitirse la elasticidad, no sin el riesgo de que esa red capaz de enjugar cualquier traspié se torne, a un único tiempo, en coartada y prisión. Porque, al fin y al cabo, el error posee las virtudes de la enseñanza, vacuna contra la soberbia y presenta desafíos que nunca se encuentran en la victoria: la aceptación de la falibilidad, la asunción de la culpa, el desarrollo de la capacidad para levantarse de nuevo, el reconocimiento del magma de fragilidad que habita tras todas nuestras máscaras... Nada de eso llega gratis al que nunca yerra; y además... es imposible alcanzar certezas sin atravesar los fuegos de la incertidumbre. El viejo proverbio dice que 'quien nada duda, nada sabe', una cita que Einstein reconvirtió para llegar a esa otra que en este momento alumbra mis días:

Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo

V

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