Somos todo lo vivido, qué obviedad, las risas, las lágrimas, los recuerdos que se nos impresionaron a fuego en las circunvoluciones del cerebro, el hambre y los lamentos, el luminoso hallazgo de lo que nos desarbola, y la aterradora ligereza que experimentamos cuando somos conscientes de nuestra fragilidad. Somos un listado infinito de influencias, muchas de las cuales no tenemos registradas conscientemente; nos cuesta identificar el beso que terminó con la inocencia, las muertes que nos demolieron, la primera vez que sentimos el latigazo urgente de un deseo oscuro, o ese aleatorio cruce de caminos que cambió nuestra trayectoria cuando más firme y definitiva parecía; tenemos problemas para reconocernos en las debilidades, las culpas o las mezquindades, por más que estén y nos determinen.
Algo tendrían que contar las estaciones, algo dirán las terminales de aeropuerto, los bares donde nacieron cinco de nuestras canciones, las noches en que tu chica te decía: 'Nunca más'.
Quedó algo de nosotros en esos lugares, en el lavabo de señoras y en el puerto, en la butaca del cine, en una boca de metro, en todas esas esquinas que solíamos doblar.
Yo soy el fruto de domingos infinitos, invencibles, que se alzaban sobre la rutina de la semana y parecían llenar de luz cada rincón, cálidos y seguros como el refugio del edredón en las madrugadas en las que todo se llena de aristas; pero soy también esas madrugadas interminables, con sus mil callejones oscuros, amenazantes, y la determinación de seguir caminando, siempre e innegociablemente. Soy el resultado de horas en terminales de aeropuerto, en estaciones, en bares, de la sensación fascinante del descubrimiento -ciudades, libros, películas, personas; descubrir es un acto poliédrico-, de la determinación, la esperanza y el sueño; soy el insensato que todavía cree, y que seguirá haciéndolo hasta el último suspiro, buscándose en los universos paralelos, en los coches donde no pensaste jamás que subirías, en las novelas y la cadencia armónica de la carrera, en la afirmación de lo que crees por encima de las conveniencias y las circunstancias. Soy una voluntad consciente y decidida, un deseo que no está dispuesto a ceder, adaptado o en transformación, pero todavía vigente, siempre vigente, irreductible, inasequible al conformismo o la rendición.
Soy el resultado de las experiencias que tuvieron la capacidad de dejar una huella en mí, que atraviesan mi universo y dejan en él una trepidación reconocible, movilizadora, un estímulo que me desafía para ponerme en marcha. Soy quien lleva días dándole vueltas a este post después de haberme renovado en el deslumbramiento por la obra del escultor David Rodríguez Caballero, de sentir que en sus 'Abstracciones Poéticas' había una llamada tan poderosa como esas marañas de metales que juegan con la construcción del espacio y la luz, livianas en su rotundidad y capaces de reinvertarse en cada perspectiva, hermosas y elegantes, afiladas. Soy quien lleva en sus retinas los trazos seguros, lúcidos y brillantes, de sus marañas de pared, esos dibujos en metal que se muestran hipnóticos a la mirada, que captan tu atención desde el otro lado de la sala y no te permiten alejarte de ellos, atraído por la red infinita y delicada de sus líneas entrecruzadas. Soy el que extiende la mano y deja que sus dedos se electricen con la fuerza de las máscaras, las yemas sintiendo la tradición telúrica de su origen en la superficie arañada, surcada por las vetas del lijado, irisada por la luz, como si incluso ella necesitara un permiso especial para deslizarse por los caminos dorados del latón; soy quien mira esas piezas, una y otra vez, y siente que el tiempo se le escapa veloz, que necesita sentarse, levantar la pantalla del ordenador y retomar la sinfonía de las pulsaciones sobre el teclado, de tratar -tantas veces en vano- de reproducir con palabras el bellísimo ritmo de esas obras inolvidables, de engranar en un texto el turbión de ideas y sensaciones.
V
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