El proceso de escritura de una ficción, ya lo he publicado en más de una ocasión, es un camino en donde vas encontrando elementos que no siempre esperas. Esos hallazgos pueden darse en lo narrativo, pero también suceden con frecuencia en los temas, la identidad o las características de los personajes, y la estructura final del texto. En la aventura que es escribir un libro, sabes el lugar del que partes, pero en muy rara ocasión vas a dar al territorio que figuraba en tu hoja de ruta inicial. Y está bien que así sea, no sólo porque es uno de los alicientes impagables para quien se sienta a fabular una historia, sino porque en ese flujo de lo inconsciente aparecen mimbres de gran riqueza, de cuya existencia no estabas advertido y a los que, por tanto, no llegarías por medio de una ejecución meramente racional y perfectamente pautada.
Apenas Fractales no es una excepción a esta norma, y su construcción, la más dilatada en el tiempo de todos los libros que he escrito, responde a esa hibridación entre la voluntad del autor y las imposiciones de su imaginación que habitualmente define la literatura. En los cinco años que esta obra tardó en madurar, fueron muchas las circunstancias que intervinieron en ella, alterándola y provocándome el desvelo de conseguir que todas las piezas que se me iban revelando encajaran en una construcción que tuviera sentido. En otro momento abordaremos la importancia de los fractales o la Teoría General de Sistemas en el resultado final, pero hoy es momento de centrarse en el último de todos los hallazgos, el que completa la travesía: la imagen de la cubierta.
La fotografía que ha ocupado la portada, y que tan bien representa la estructura compleja, metódica e imperfectamente infalible de los fractales, es la de un grafiti callejero, un mural urbano cuya existencia yo desconocía, pero que se encuentra en la misma calle del centro de Madrid en la que yo vivía mientras escribía la mayor parte de esta novela. Después de algunos años alejado de esa ubicación, un amigo que estaba implicado conmigo en la búsqueda del diseño de la cubierta, me hizo llegar una captura de esta intervención, revelándome la escena que debía servir como presentación del texto a los lectores, pero no sólo eso, sino cerrando, además, el círculo de este libro que durante tanto tiempo me ha acompañado. Como su germen, la mayor parte de sus historias y páginas, y el espíritu que la gobierna, la imagen que hoy define a la novela estaba allí, en el mismo lugar, esperando silenciosa y eficiente a que los ojos adecuados la descubrieran para rematar una ficción que, ahora sí, está dispuesta para abandonar nuestras manos y llegar a las de los lectores, sus propietarios últimos, a quienes ya se dirige con la decisión de lo inevitable.
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