Estos días he tenido la suerte de hacer una visita al estudio del artista David Rodríguez Caballero en las afueras de Madrid, una nave de 400 metros, efervescente de obras e inspiración. Caminando entre el amplio centenar de piezas terminadas o en proceso de producción que recubren su espacio, he entendido -una vez más- el por qué de su trayectoria siempre ascendente. Cobijado en pasillos de aluminios, latones y cobres, he recuperado el pulso íntimo y demoledor de la creación, esa descarga eléctrica que te sacude en lugares o por razones no siempre esperados. Entre las formas geométricas, de aristas limpias, de sus trabajos, Rodríguez Caballero había encriptado de nuevo la más sólida de las lecciones que de él he obtenido siempre: sólo por medio del trabajo y el compromiso se consigue alcanzar la obra definitiva, rematar la ascensión -un tanto iluminada- hacia el anhelo de belleza que ambiciona tu sensibilidad.
David Rodríguez Caballero vive entre Nueva York y Madrid y, sobre esos dos destinos esenciales, va consolidándose como una de las referencias imprescindibles del arte contemporáneo español. Viene de triunfar con Recent Works, la exposición que colgó en Marlborough Chelsea (NYC) el pasado mes de febrero, y ya prepara (con piezas tan hermosas como las de la imagen), la muestra que en la sede madrileña de esta prestigiosa galería abrirá el próximo noviembre. Si os interesa la delicada elegancia de sus esculturas, la potencia que desarrollan en el espacio (que atrapa y fascina al ojo humano), y el hipnótico efecto de su etérea liviandad, no podéis perderos su trabajo. Con algo de suerte, quizás os suceda como a mí y os movilice con el influjo inspirador que sus obras de arte desprenden.
V
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