viernes, 13 de marzo de 2015

Las manos prodigiosas de Paco de Lucía

Su desaparición, hace algo más de un año, causó un estupor que, de tan profundo, tuvo un efecto de vacío; nos habíamos quedado sordos y, terminada la alharaca de la sorpresa y los oportunismos, sólo una honda conmoción permaneció prendida en el alma de los flamencos, apegada a la sensibilidad de quienes fiamos nuestro bienestar al arte. Se había marchado uno de los talentos más grandes que hemos contemplado en las últimas décadas, las manos prodigiosas de un guitarrista único, la genialidad del hombre que dejó tras de sí un legado inmenso, lleno de novedad y sabiduría. Estábamos sordos, pero como sucede siempre que se pierde un sentido sin aviso previo, no nos enterábamos de lo que sucedía, alucinados en el gesto, convencidos de que la ausencia de sonidos era, en ese instante, el nuevo sonido del mundo.


Se fue Paco de Lucía, pero su presencia se ha mantenido durante estos meses, acrecentada en los últimos tiempos, o vuelta a los ojos de quienes ya se olvidaron de su pérdida, gracias al documental ‘Paco de Lucía: la búsqueda’, dirigido por su hijo, Curro Sánchez. La cinta es un testimonio emocionante, un canto a la belleza y el compromiso que hace tambalear los cimientos de quien la ve, no sólo trastocado por el talento y la creatividad de ese hombre, sino apelado por su capacidad para el trabajo, por su ambición artística, por esa incansable búsqueda que está en el título y él deja ver con una fascinante desnudez espiritual desde el inicio, jamás contento con el resultado de su pesquisa, siempre buscando algo más, urgido, angustiado, exprimiendo hasta el último átomo de su vibrante energía para conseguir mitigar su sed.



Paco de Lucía deslumbró al mundo desde muy joven, mostrando dentro y fuera de nuestras fronteras un modo de hacer música tempestuoso, nuevo, lleno de influencias y valentía. Porque primero tuvo la capacidad de convertirse en un alumno virtuoso e igualar a sus maestros, y sólo después de una conversación fascinante con Sabicas, en Nueva York, fue consciente del tamaño descomunal de su desafío. Tras esa charla nunca volvió a ser el mismo guitarrista, embarcado ya en la búsqueda de su voz, empeñado en encontrar su autoría, hambriento de límites, también devorado por la desazón de no alcanzarlos nunca, siempre queriendo más, ardiendo en la indagación. La persona que se muestra ante la cámara es un artista insatisfecho, no descontento de su aportación y tampoco infeliz por su lugar en el universo, pero sí necesitado de más, exigiendo de su don innato el máximo posible, sintiéndose en deuda con la naturaleza y con el resto de los humanos.

Y eso es mucho decir para un hombre que revolucionó el flamenco, alguien que, como él mismo reconoce en la película, tuvo la suerte de conocer a Camarón de la Isla y de verse influenciado por él, de establecer con ese otro cantaor prodigioso un diálogo de genios que elevó el listón de ambos hasta umbrales imposibles. Dos prestidigitadores que alcanzaron los límites del mundo en el que se movían y los superaron, con valentía y decisión, enriqueciendo su género, también recibiendo el ataque feroz de aquellos a los que su osadía y brillantez dejaba en evidencia, empequeñecidos ante la talla de esos jóvenes insolentes. Sonreí con el alarde de cerrazón de uno de los referentes de la época (ahorrémonos el nombre) que en un desahogo de mezquindad dijo de Paco de Lucía que no era un guitarrista, sino sólo un chico listo de dedos rápidos. Y con otra cita de Camarón muy similar a una que ya conocía por otra artista valiente, la bailaora Sara Baras, en la que el de la Isla afirmaba no preocuparse por la opinión que otros tenía de lo que hacía, porque sabía que no le comprendían y tardarían un tiempo en hacerlo. En las manos de Paco de Lucía, en la garganta de Camarón de la Isla, en los pies de Sara Baras, en las palabras mágicas de García Márquez o en el pulso firme y decidido de Mark Rothko están las balizas de un camino que conduce a lo auténtico; seguirlo es el desafío.




V

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