Se
fue Paco de Lucía, pero su presencia se ha mantenido durante estos meses,
acrecentada en los últimos tiempos, o vuelta a los ojos de quienes ya se
olvidaron de su pérdida, gracias al documental ‘Paco de Lucía: la búsqueda’,
dirigido por su hijo, Curro Sánchez. La cinta es un testimonio emocionante, un
canto a la belleza y el compromiso que hace tambalear los cimientos de quien la
ve, no sólo trastocado por el talento y la creatividad de ese hombre, sino
apelado por su capacidad para el trabajo, por su ambición artística, por esa
incansable búsqueda que está en el título y él deja ver con una fascinante
desnudez espiritual desde el inicio, jamás contento con el resultado de su
pesquisa, siempre buscando algo más, urgido, angustiado, exprimiendo hasta el último átomo de su vibrante energía para conseguir mitigar su sed.
Paco
de Lucía deslumbró al mundo desde muy joven, mostrando dentro y fuera de
nuestras fronteras un modo de hacer música tempestuoso, nuevo, lleno de
influencias y valentía. Porque primero tuvo la capacidad de convertirse en un alumno
virtuoso e igualar a sus maestros, y sólo después de una conversación
fascinante con Sabicas, en Nueva York, fue consciente del tamaño descomunal de
su desafío. Tras esa charla nunca volvió a ser el mismo guitarrista, embarcado
ya en la búsqueda de su voz, empeñado en encontrar su autoría, hambriento de
límites, también devorado por la desazón de no alcanzarlos nunca,
siempre queriendo más, ardiendo en la indagación. La persona que se muestra
ante la cámara es un artista insatisfecho, no descontento de su aportación y
tampoco infeliz por su lugar en el universo, pero sí necesitado de más,
exigiendo de su don innato el máximo posible, sintiéndose en deuda con la
naturaleza y con el resto de los humanos.
Y
eso es mucho decir para un hombre que revolucionó el flamenco, alguien que,
como él mismo reconoce en la película, tuvo la suerte de conocer a Camarón de
la Isla y de verse influenciado por él, de establecer con ese otro cantaor
prodigioso un diálogo de genios que elevó el listón de ambos hasta umbrales
imposibles. Dos prestidigitadores que alcanzaron los límites del mundo en el que se movían
y los superaron, con valentía y decisión, enriqueciendo su género, también
recibiendo el ataque feroz de aquellos a los que su osadía y brillantez dejaba
en evidencia, empequeñecidos ante la talla de esos jóvenes insolentes. Sonreí
con el alarde de cerrazón de uno de los referentes de la época (ahorrémonos el
nombre) que en un desahogo de mezquindad dijo de Paco de Lucía que no era un
guitarrista, sino sólo un chico listo de dedos rápidos. Y con otra cita de
Camarón muy similar a una que ya conocía por otra artista valiente, la bailaora
Sara Baras, en la que el de la Isla afirmaba no preocuparse por la opinión que
otros tenía de lo que hacía, porque sabía que no le comprendían y tardarían un tiempo en
hacerlo. En las manos de Paco de Lucía, en la garganta de Camarón de la Isla, en los pies de Sara Baras, en las palabras mágicas de García Márquez o en el pulso firme y decidido de Mark Rothko están las balizas de un camino que conduce a lo auténtico; seguirlo es el desafío.
V
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