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lunes, 2 de octubre de 2017

'Ciudad Subterránea', un relato sobre los pliegues de la realidad

En la tradición de mi aportación anual a la revista 'Zafra y su Feria', que tan firmemente me ata a mi raíz y me conecta con mis orígenes, este año el relato es el que sigue, 'Ciudad Subterránea', una reflexión sobre los pliegues que habitan nuestra realidad, insertándonos en dimensiones desconocidas, o eliminándonos de ellas...

V

martes, 17 de junio de 2014

Con estos once se gana un Mundial

Es tiempo de Mundial, media humanidad vive concentrada en lo que suceda en Brasil, algunos con la esperanza de ver a su selección levantar la copa de campeones, y otros con envidia por no contar con un talento como el televisado dentro de sus orgullos patrios. Durante un mes, lo que ocurra en el país del fútbol tomará al asalto nuestras vidas, sin permiso ni medias tintas, la gloria o la debacle de esos jugadores se convertirá en un asunto trascendente en telediarios, periódicos y conversaciones de bar. Es posible intentar mantenerse al margen, y casi irrealizable conseguirlo; en el caso de la literatura, que procede de la vida y se aloja en ella, ese ejercicio de resistencia a ciertas realidades cuenta con frecuentes excepciones, ésta será una de ellas. Si hemos de ganar un Mundial, que sea con nuestros jugadores, estos once son mis seleccionados, con una única premisa, la de ser 'futbolistas' vivos y en activo; el resultado es un equipo con mi sello de autor, un conjunto favorito para vencer y dar espectáculo, organizado en un 4-2-3-1, que combina la imaginación con la solidez defensiva. Suerte a los rivales, nosotros plantearemos una hermosa batalla:

Portero: Mario Vargas Llosa. Como Buffon o Casillas aporta años de experiencia, brillantez técnica, reflejos y mando sobre la línea defensiva. El Nobel de Literatura, además, le sirve para intimidar a los atacantes rivales; cuando se ven frente al autor de La fiesta del Chivo o La guerra del fin del mundo, a los delanteros se les hace pequeña la portería.

Lateral Derecho: Rodrigo Fresán. En obras como La parte inventada ha demostrado su capacidad física para los partidos de largo recorrido, y en títulos como El fondo del cielo dejó patente su habilidad técnica para el regate y la lírica. Heredero de la tradición latinoamericana, en ocasiones se enreda en las subidas y se olvida de bajar, pero su aportación ofensiva le hace imprescindible.

Defensa Central: Enrique Vila-Matas. Probablemente, el gran referente de la literatura autorreferencial, y por eso mismo, un profundo conocedor del juego y sus variantes. Actuaciones como El Mal de Montano o Dublinesca le convierten en un jugador clave para la organización de la defensa. No es un futbolista rápido, pero eso lo corrige exhibiendo una soberbia colocación.

Defensa Central: Michel Houellebecq. Todos los grandes equipos necesitan un jugador contundente, y éste es el nuestro. Especialmente a partir de Las partículas elementales, ha repartido sin descanso ni acomodos; no cae simpático aunque tampoco lo pretende. Su función es la de sacar los colores al equipo rival, y a ella se entrega con pasión y descaro, sin concesiones.

Lateral Izquierdo: Alessandro Baricco. Pelotero de calidad excelente, con tantos años de deslumbramiento como frescura en su obra. Se dio a conocer con la sutil elegancia de Seda, y desde entonces no ha parado de maravillar. Sube la banda con frecuencia y lo hace dejando detalles de calidad constante, Océano Mar o Novecento todavía son recordadas en los campos rivales.



Mediocentro Defensivo: Roberto Bolaño. En 2666 demostró tener los pulmones que casi ningún jugador aporta y con Los Detectives Salvajes dejó patente su calidad en el inicio del juego. Es la pieza de unión entre los grandes genios de la literatura de Latinoamérica y sus nuevas generaciones, un renovador genial, valiente y generoso, que domina las claves del fútbol y conoce el oficio del 5.

Mediocentro Ofensivo: Paul Auster. Es un seguro de vida para los editores, el autor más fiable en cualquier país del mundo, con recursos, habilidad dialéctica y capacidad para seducir a los lectores allá donde pisa. La Trilogía de Nueva York le abrió hueco como creador de juego, y títulos como La Noche del Oráculo o El Libro de las Ilusiones le confirmaron como la pieza clave en la construcción ofensiva de todo equipo.

Interior Derecho: Javier Marías. Buen amante de la tradición, busca la cal sin descanso, dejando regates tan increíbles como Mañana en la batalla piensa en mí o Corazón tan blanco, y cabalgadas antológicas como la larguísima de Tu rostro mañana. Impredecible, combina a la perfección el academicismo con la calle: tan pronto anda por los salones de la RAE como planta a quienes le conceden un premio.

Mediapunta: Haruki Murakami. Aspirante anual al Nobel, el Príncipe de Asturias y casi cualquier galardón del mundo, sigue martilleando a sus rivales con sus ritmos infernales de producción y ventas. Crea personajes hipnóticos como los de Tokio Blues o 1Q84 y sorprende con fintas inesperadas: los habitantes de Kafka en la Orilla o su memoria atlética en De qué hablo cuando hablo de correr son una muestra de esa habilidad para sacar petróleo de la nada.

Interior Izquierdo: Eloy Tizón. Es el sello del seleccionador en el equipo, su debilidad desde los prodigiosos Velocidad de los Jardines y Parpadeos. Técnico, genial e imprevisible suple su habitual inconstancia con ramalazos únicos, sólo al alcance de los privilegiados de este deporte. El último de ellos, Técnicas de iluminación, todavía deja embobados a los laterales contrarios.

Delantero Centro: Philip Roth. Por encima de Klose, el único capaz de rebasar a Ronaldo como máximo goleador en los Mundiales. Un clásico imprescindible a quien, inexplicablemente y pese a golazos como la Pastoral Americana y El lamento de Portnoy, todavía se le resiste el Balón de Oro del Nobel. Lo obtendrá, no obstante, y sus goles en este campeonato serán el argumento que convenza a la Academia.

Que empiece el juego, nosotros daremos alegría y placer intelectual a los espectadores ;)

V

viernes, 21 de marzo de 2014

Un 'selfie' literario

Supongamos, entonces, que la gala de los Oscars fuera una fiesta de la literatura, así, con su alfombra roja, su glamour, sus nominaciones y hasta el discurso emocionado de los galardonados. E imaginemos que servidor se hace un De Generes y tira de 'selfie' junto a lo más granado de las letras internacionales; con dos criterios, el primero y principal, que sólo pueden ser premiados autores/actores que estén vivos (la inmortalidad de los no premiados es larga y bien nutrida); el segundo, el gusto y la ironía de quien escribe estas líneas. Así es la cosa. Ahora, revisemos la imagen más retuiteada de la historia de las Redes Sociales.



(En la foto, de izquierda a derecha y de abajo a arriba, Jared Letto, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Ellen de Generes, Bradley Cooper, el hermano de Lupita Nyong'o, Chaming Tatum, Julia Roberts, Kevin Spacey, Brad Pitt, Lupita Nyong'o y Angelina Jolie)

Ahí me tienen, un De Generes elegantemente vestido, quizás de blanco por qué no, los dos ganadores masculinos de este año se atrevieron con ese color, que se introduce en el patio de butacas y, entre escritores temblorosos que prefieren la soledad de sus mesas de trabajo al bullicio de los focos, me dirijo a autofotografiarme con uno de los grandes, una Meryl Streep de la literatura, Philip Roth, eterno aspirante al Nobel a quien la Academia, y casi cualquier lector decente, debe la reverencia de una obra inmensa, de valor y altura incalculables (Pastoral Americana, La Mancha Humana, El lamento de Portnoy...), un clásico en vida con quien cualquiera se quieren retratar. Y, claro, así pasa, todos a meterse en el plano:

- A última hora y empujando, llega Jared -Rodrigo- Leto -Fresán-, que sale premiado por su descomunal producción literaria, de Jardines de Kensington a La parte inventada, con especial atención a El fondo del Cielo. Y que, además, con su presencia, nos permite recordar a Roberto Bolaño y a Borges, de quienes se le proclama heredero. Él ha llegado apretujando -y pegándose a la lírica de sus curvas- a Jennifer -Luna- Lawrence -Miguel-, esa poetisa española que, pese a su juventud, tiene deslumbrado a medio mundo con joyas como La Tumba del Marinero.

- La foto la toma Bradley -Antonio- Cooper -Muñoz Molina-, que después de La noche de los tiempos, y como si sólo con El Jinete Polaco no hubiera suficiente, se ha hecho un hueco en el mercado norteamericano. A su lado se cuela un infiltrado, el hermano de Lupita Nyong'o, que resulta ser Alberto Olmos, así, a golpe de Trenes hacia Tokio, Ejercito Enemigo y demás, qué descaro el suyo. Valga la cosa porque viene acompañando al talento de Lupita -Alice Munro-, que ha metido el relato en la nómina de las Ligas Mayores gracias al Nobel de este año, como si fuera poco decir.

- Allá arriba, en el comienzo de la segunda línea, asoma la cabeza de Channing -Javier- Tatum -Marías-, que Rey de Redonda avalado por Tu rostro mañana, Corazón tan blanco o Mañana en la batalla piensa en mí, ya juega finales con Los enamoramientos. El pícaro de Xavier I se acerca sin disimulo a Julia -J. K.- Roberts -Rowling-, quien sin dejar de mirar a la cuenta de resultados de las súper producciones, ha transformado la vida de mucha gente con su Harry Potter.

- El matrimonio de Brad -Paul- Pitt -Auster- y Angelina -Siri- Jolie -Hustvedt- no podía faltar, en ellos está el summun del glamour literario; sin dudas sobre su calidad innegable, Trilogías de Nueva York y Elegías para un Americano mediante, por citar sólo dos y de patadón. Entre ellos asoma la cabeza Kevin -Mario- Spacey -Vargas Llosa-, que tiene méritos como para chupar plano, y el que lo dude, que vaya empezando por La fiesta del chivo, y si ve que tal, me escriba para protestar.

Ah, y por supuesto, estoy yo, qué coño; de momento, presentando...

V

PS: Por cierto, se quedó fuera de la imagen, pese a sus esfuerzos, Lisa -Almudena- Minelli -Grandes-, qué sofocón se habrá llevado, la pobre, con lo bien que se maneja en este tipo de saraos...

jueves, 4 de julio de 2013

Unas vacaciones de libro

Y al final, como siempre ocurre, llegó el verano. Tiempo de descanso y canículas, territorio mítico de nuestras infancias y, para algunos, excursión a la verdad de vidas que durante el año laboral se camuflan entre la espesura de las obligaciones. A mí me gusta este tiempo, su lánguida celebración de la vida, la sensualidad del sol y los placeres a él aparejados, el olor del cloro de las piscinas o ese rastro de salitre amarrado al vello súbitamente rubio de las pieles satinadas. El estío como tierra de promisión, a donde llegamos casi sin aliento tras la travesía del año, y al que confiamos tantas esperanzas que raramente saldremos de él sin haber traicionado alguna de ellas. El verano, todos los veranos de nuestras vidas, ése en el que nos enamoramos y aquel otro más raro -Sabina dixit- que no paró de nevar.

Un tiempo lleno de tiempos que se presenta como un edén ideal para sumergirse en la lectura, tal vez porque en mi mente el paraíso es un lugar soleado, sensual, donde los libros -escogidos de entre miles de ellos- descansan en una mesa junto al cerco escarchado de una cerveza. Leer como placer máximo, puerta de huída hacia mundos desconocidos y sólido anclaje al nuestro, una suerte de revisión de quienes somos, pasión, miedos y osadías; de asomarnos a lo que quizás podríamos ser. ¿Y qué leer?



Habrá quienes vayan a las vacaciones con la esperanza de encontrar el amor, fiados a la relajación de sus habilidades seductoras o convencidos de que en la playas les surgirán amantes tempestuosos, fieros como el sol de los atardeceres; ellos deberían sumergirse en las páginas de Los enamoramientos, de Javier Marías. Otros, más románticos, esperarán al alumbramiento de la magia, soñarán con la aspiración de los imposibles y, tal vez, regresarán con ese sordo despecho de los sentimentales; para quienes así sean, lo mejor sería el Mr. Gwyn de Alessandro Baricco. Un pequeño grupo descubrirá entre dunas y cremas bronceadoras que, cumplido el trámite de descansar el cuerpo de los esfuerzos, son más afines a la ciudad que a sus ausencias; estos que mejor revivan los mundos verticales con la Trilogía de Nueva York de Paul Auster. Y se dará el caso también de los que se recluyan en una isla, condenándose a una gustosa tortura de mareas, sol y fantasías; para ellos podría estar indicada la aventura sorprendente de La piel fría de Albert Sánchez Piñol.

Cualquiera de estos libros serviría y todos ellos son reemplazables por otros, por cientos o miles de los que los escritores nos han regalado, en muchos casos después de sacrificar el tiempo moroso de la siesta veraniega. Todos o ninguno, podemos pensar, mientras elevamos el vaso y degustamos la refrescante, nítida, genial y deslumbrante prosa de Amélie Nothomb en Metafísica de los tubos.

V

miércoles, 30 de enero de 2013

Me acuerdo de Brainard...

Hoy, tras una secuencia de recuerdos encadenados y de origen dudoso, en la que se mezclaban vertiginosas sensaciones en una y otra dirección, he terminado desembocando en el Me acuerdo de Joe Brainard. Y he pensado que estaría bien compartirlo con vosotros. Muchos conoceréis esta obra extraña y magnética, calificada como "maestra" por Auster en la contraportada de la edición que yo tengo ahora sobre la mesa, y tan poderosa como para generar la emulación de Georges Perec. Otros sabréis lo suficiente sobre la personalidad caleidoscópica y rompedora de Brainard; y habrá algunos que descubráis en este post la magia de este libro inclasificable. Quien me lo regaló escribió en su primera página una dedicatoria que seguía las directrices brainardianas y se organizaba en "me acuerdos"; sólo vulneraré nuestra intimidad común con éste: "Me acuerdo de tus consejos, muy buenos".


Ahora abriré diez páginas al azar y extraeré otros tantos "me acuerdos", y luego trataré de completarlos con otros diez más, estos míos, siguiendo la estela de Brainard. Si os animáis, seréis bienvenidos.

Joe Brainard:

Me acuerdo de muchos septiembres.
Me acuerdo de la dama de noche (una flor que se abre de noche).
Me acuerdo de lo mucho que intenté que me gustase Van Gogh. Y de lo mucho que acabó gustándome. Y de lo mucho que, ahora, me revienta.
Me acuerdo de los jerséis mullidos de colores pastel (angora).
Me acuerdo de arrepentirme de no haber hecho cosas.
Me acuerdo de esa pequeña sacudida que das justo antes de quedarte dormido. Como cayéndote.
Me acuerdo más de tener canicas que de jugar a las canicas.
Me acuerdo de la época en que cuanto más anchas fuesen las vueltas de los vaqueros, mejor.
Me acuerdo de que me decepcionó mucho la cosa esa de relleno gris con pequeñas motas rojas que descubrí dentro de la barriga de un viejo osito de peluche.
Me acuerdo de un sueño en el que conocía a un hombre hecho de un queso amarillo muy blando, y cuando fui a darle la mano, me quedé con todo su brazo (es el que cierra el libro) 

Vamos con los míos:
 Me acuerdo de los domingos en La Michorada, largos, llenos de aventuras. 
 Me acuerdo de mi padre, casi a diario; siempre que me sucede algo importante. 
 Me acuerdo de los sueños que todavía no he alcanzado, los recuerdo con la intención de no olvidarme jamás de perseguirlos.
 Me acuerdo de todas las ciudades en las que he estado, sin excepción.
 Me acuerdo de Nueva York rodeada por el aura mágica de las grandes transformaciones, de la clara línea que marca dos mundos definitivamente distintos.
 Me acuerdo de mis sensaciones cuando desembalé el primer ejemplar de "Devuélveme a las once menos cuarto", solo en casa; de los minutos en los que disfruté de su llegada. 
Me acuerdo de quienes alguna vez me tendieron su mano, no importa si ya nos perdimos en el tiempo o la vida desencontró nuestros caminos; yo sigo teniéndoles presentes.
Me acuerdo de las historias que contaba mi abuelo, podría repetir muchas de ellas con sus mismas palabras; el germen de la literatura de tradición oral anidado en mí.
Me acuerdo de algunas miradas; nunca me desprenderé de su fuerza y significado. 
 Me acuerdo de mi origen, de la ética del trabajo y el compromiso, de avanzar una zancada detrás de otra sin concederme el privilegio de la duda o la fatiga; de pelear por lo que quiero y creo sin desmoronarme jamás; de la cita de Bukowski que preside mi mesa, especialmente del momento en el que dice: "Es una prueba de resistencia para saber que puedes hacerlo. Y lo harás".

¿Ahora los vuestros?


V